domingo, 13 de diciembre de 2015

Pesimismo Subversivo: Alternativa al neoliberalismo.


El pesimismo subversivo: alternativa al neoliberalismo
                                                        Marcos Roitman Rosenmann

Subvertir el pensamiento dominante, construir alternativa, mostrarse abierto a nuevas formas del pensar, ha tenido un final trágico y no por ello ha sido derrotado ni menos aún extinguido. Siempre presente, se desarrolla y es capaz de condensar en circunstancias adversas el saber más avanzado y liberador. Se trata de rupturas democráticas, procesos de emancipación y justicia social.
La lucha contra la explotación, el colonialismo interno, la esclavitud y el conformismo social despiertan el rechazo de las antielites. Su voz ha sido perseguida, encarcelada o invisibilizada. Sus representantes aúnan las esperanzas de las clases explotadas y dominadas, excluidas y marginadas, consecuencia de la acción depredadora de una economía de mercado asentada en el neoliberalismo trasnacional.
Desde los orígenes societales, pensar críticamente no ha sido bien visto ni tolerado por el poder. Recordemos el final trágico de Sócrates, Espartaco, Giordano Bruno o Túpac Amaru. Sin olvidar a Galileo Galilei. Obligado a retractarse ante el Tribunal de la Inquisición, apostilló:Y sin embargo se mueve. Palabras de dolor y reivindicativas como salvaguarda de su vida.
Las élites y el poder dominante han buscado contener, diseñar y controlar el futuro. De esa manera han prefigurado un entorno para imponer su cosmovisión e ideología. No permiten la formulación de saberes y conocimientos cuya dinámica suponga cuestionar el orden establecido. Para ese tipo de situaciones han dibujado un estereotipo de sujeto conflictivo, antisocial, al cual perseguir y amordazar, un peligro para la seguridad del Estado y la ciudadanía. Se trata del subversivo. El alborotador, un outsider.
El control sobre disciplinas como la política, la economía, la historia, la sociología, la cibernética y la informativa, articuladas en las ciencias de la complejidad y sistémicas, conlleva un saber encorsetado. La vigilancia del pensamiento y los límites sobre lo que es pertinente se decide en instituciones ad hoc, conocidas popularmente como academias, cuyos miembros se cooptan bajo el supuesto de su sapiencia. Para eso fueron creadas. Academia de la lengua, para acotar el lenguaje. Academia de la historia, para administrar el presente y definir hasta dónde y qué se debe entender por memoria histórica y cuáles los hechos que la integran. Academia de las ciencias, para dotarnos de objetividad y racionalidad científica. Cómo olvidar el rechazo institucional a la teoría de la evolución de Walace y Darwin, entre los académicos de la época.
No hay disciplina ni conocimientos cuya evolución no haya sido fiscalizada y sometida a control. Spinoza, Nietzche, Marx, Weber, Simmel, entre otros, fueron considerados pensadores malditos. Vincent Van Gogh, pintor rechazado, proscrito. Sin embargo, pasado el peligro, la capacidad transformadora y revolucionaria de cambio social y ruptura, las élites dominantes cooptan el pensamiento subversivo y lo integran a la dinámica consensual una vez despojada de la crítica y eliminado el peligro revolucionario. Hoy los veneran, estudian y divulgan sus conocimientos.
En nuestra América, qué decir del acoso a Miguel Hidalgo y José María Morelos. En 1810, “Miguel Hidalgo fue condenado por la Inquisición Novohispana por ‘libertino, sedicioso, cismático, hereje formal, judaizante, luterano, calvinista y sospechoso de ateísmo y materialismo’, y Morelos por haber seguido a Hobbes, Helvetius, Voltaire y Lutero. Todavía en 1822, durante el primer año del imperio de Iturbide, la Iglesia incluía una lista de 42 libros proscritos. “No fueron los primeros. Los pueblos taíno, azteca, maya, chibcha, araucano, guaraní o inca sufrieron persecución, esclavitud y muerte. Las rebeliones fueron reprimidas, sin límites al uso de la violencia y la tortura. Túpac Amaru, descuartizado. Túpac Katari, arrojado a un barranco. Otros, empalados o degollados. Sus causas siguen vivas.

Artigas, Miranda, Bolívar, San Martín, José Martí, Manuel Rodríguez, Emiliano Zapata, engrosan una lista de pensadores subversivos. Farabundo Martí, Augusto César Sandino, obispos como el costarricense Sanabria o el salvadoreño Romero. En este orden se incorporan Camilo Torres, Fidel Castro, Ernesto Guevara, Lucio Cabañas, Juan Bosch, Salvador Allende, Juan José Torres, Hugo Chávez, Ellacuría, Baró y Montes, los jesuitas asesinados por el ejército en El Salvador. La lista es larga. Hombres y mujeres. Intelectuales, artistas, trabajadoras, estudiantes y jóvenes forman parte del devenir de las ideas subversivas, por ello son combatidos, detenidos, torturados y asesinados.
En América Latina la lucha contra el colonialismo del saber y del poder marca el inicio del pensamiento rebelde y subversivo. El pensamiento crítico tiene continuidad en los proyectos que asumen la crítica al neoliberalismo, se manifiestan contra la guerra, el colapso del planeta, el extractivismo, los megaproyectos. La propuesta de pensamiento político y emancipador defiende los derechos humanos, la naturaleza, propone una vida digna dentro de un orden cuyo principio es la justicia social. El EZLN representa ese pensamiento político emancipador. La digna rabia, la lucha contra la hidra del capitalismo. Su defensa de la dignidad y la ética son parte de la esperanza que encarna el pensamiento subversivo.
Orlando Flas Borda fue el gran sociólogo de la subversión. Para él, la palabra es campo de batalla para enunciar y construir mundo, expresa y forma parte de la lucha política. De allí la importancia de crear pensamiento propio, hacer relevante la teoría, defender los saberes populares y disputar la memoria histórica.

Fijar y seleccionar conocimiento son la clave para proyectar una topía liberadora, capaz de construir y configurar un poder democrático y liberador frente al colonialismo global. No se puede luchar contra el neoliberalismo, sus valores y su cultura rehuyendo el campo de batalla del conocimiento y sin producir pensamiento subversivo, mental y político. Ese es el reto de las ciencias sociales y la acción subversiva de la lucha política democrática y anticapitalista.


El Poder y la Práctica de la Resistencia
                                                      Por: Sub Comandante Insurgente Marcos
Municipio Autónomo Rebelde Zapatista San Andrés Sacamchen de Los Pobres, Altos de Chiapas. La mañana del 26 de septiembre del 2011, el comandante Moisés se dirigió a trabajar a su cafetal. Como todos los dirigentes del EZLN, no recibía salario o prebenda alguna. Como todos los dirigentes del EZLN, tenía que trabajar para mantener a su familia. Lo acompañaban sus hijos.
El vehículo en el que viajaban se despeñó. Todos quedaron golpeados, pero las heridas que sufrió Moisés fueron mortales. Cuando llegó a la clínica de Oventik ya era finado.
Ya en la tarde, como es costumbre en San Cristóbal de Las Casas cultivar rumores, la muerte de Moisés atrajo periodistas carroñeros que pensaron que el muerto era el Teniente Coronel Insurgente Moisés. Cuando supieron que no era él, sino otro Moisés (el Comandante Moisés), perdieron todo interés. A ninguno de ellos podía importarles alguien que no había aparecido en público como dirigente, alguien que siempre había estado en la sombras, alguien que aparentemente era sólo un indígena zapatista más…
En el calendario debe haber sido en 1985-1986. Moisés supo del EZLN y decidió sumarse al esfuerzo organizativo cuando en los altos de Chiapas los zapatistas se contaban con los dedos de las manos… y sobraban dedos.
Junto a otros compañeros (Ramona entre ellos), comenzó a caminar por las montañas del sureste mexicano, pero entonces con una idea de organización. De entre la niebla salía su pequeña figura a los parajes tzotziles en la zona Altos. Y su palabra reposada iba desglosando el dilatado historial de agravios en contra de quienes son el color que son de la tierra.
“Hay que luchar”, concluía.
La madrugada del primero de enero de 1994, como un combatiente más, bajó de las montañas a la altanera ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Participó en la columna que tomó la presidencia municipal, rindiendo a la fuerza gubernamental que la custodiaba. Junto a los otros integrantes tzotziles del CCRI-CG, se asomó al balcón del edificio que daba a la plaza principal. Atrás, en las sombras, escuchó la lectura que uno de sus compañeros hacía de la llamada “Declaración de La Selva Lacandona” a una multitud de mestizos incrédulos o escépticos, y de indígenas esperanzados. Junto a su tropa se replegó a las montañas cuando corrían las primeras horas del 2 de enero de 1994.
Después de resistir los bombardeos e incursiones de las fuerzas gubernamentales, volvió a bajar a San Cristóbal de Las Casas como parte de la delegación zapatista que participó en los llamados Diálogos de Catedral con representantes del supremo gobierno.
Regresó y siguió caminando los parajes para explicar y, sobre todo, para escuchar.
“El gobierno no tiene palabra”, concluía.
Junto a miles de indígenas, levantó el Aguascalientes II, en Oventik, cuando el EZLN aún sufría la persecución zedillista.
Fue uno más de los miles de indígenas zapatistas que, con sus manos desnudas, se enfrentaron a la columna de tanques federales que querían posicionarse en Oventik en los días aciagos de 1995.
En 1996, en los diálogos de San Andrés velaba, como uno más, por la seguridad de la delegación zapatista, cercada como estaba por cientos de militares.
De pie, en las heladas madrugadas de Los Altos de Chiapas, resistía la lluvia que hacía huir a los soldados a buscar techo y refugio. No se movía.
“El Poder es traidor”, decía como disculpándose.
En 1997, junto a sus compañeros, organizó la columna tzotzil zapatista que participó en la llamada “Marcha de los 1,111”, y recabó información vital para esclarecer la matanza de Acteal, el 22 de diciembre de ese año, perpetrada por paramilitares bajo la dirección del general del ejército federal, Mario Renán Castillo, y con Ernesto Zedillo Ponce de León, Emilio Chuayfett y Julio César Ruiz Ferro como autores intelectuales.
En 1998 organizó y coordinó el apoyo y la defensa que, desde Los Altos de Chiapas, se dio a l@s compañer@s desalojad@s por los ataques contra los municipios autónomos por parte del “Croquetas” Albores Guillén y de Francisco Labastida Ochoa.
En 1999 participó en la organización y coordinación de la delegación indígena tzotzil zapatista que participó en la consulta nacional, cuando 5 mil zapatistas (2500 mujeres y 2500 hombres) cubrieron todos los estados de la República Mexicana.
En el 2001, después de la traición de toda la clase política mexicana a los llamados “Acuerdos de San Andrés” (entonces se aliaron PRI, PAN y PRD para cerrar la puerta al reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura de los pueblos originarios de México), continuó andando por los parajes tzotziles de Los Altos de Chiapas, hablando y escuchando. Pero entonces, al terminar de escuchar, decía: “Hay que resistir”.
Moisés había nacido el 2 de abril de 1956, en Oventik.
Sin proponérselo siquiera y, sobre todo, sin tener ninguna ganancia, se vio convertido en uno de los jefes indígenas más respetados en el EZLN.
Apenas unos días antes de su muerte, lo vi en una reunión del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, donde se analizó la situación local, nacional e internacional, y se discutieron y decidieron los pasos a seguir.
Explicamos que una nueva generación de zapatistas estaba llegando a los cargos de dirección. Jóvenes yjóvenas que nacieron después del alzamiento, que se formaron en la resistencia, y que se educaron en las escuelas autónomas, son ahora elegidos como autoridades autónomas y llegan a ser miembros de las Juntas de Buen Gobierno.
Se discutió y acordó el cómo apoyarlos en sus tareas, acompañarlos. Cómo construir el puente de la historia entre los veteranos zapatistas y ellos. Cómo nuestros muertos nos heredan compromisos, memoria, el deber de seguir, de no desmayar, de no venderse, de no claudicar, de no rendirse.
No había nostalgia en ninguno de mis jefes y jefas.
Ni nostalgia de los días y las noches en los que, en silencio, forjaron la fuerza de lo que mundialmente sería conocido como “Ejército Zapatista de Liberación Nacional”.
Ni nostalgia por las jornadas en que nuestra palabra era escuchada en muchos rincones del planeta.
No había risas, es cierto. Había rostros serios, preocupados en encontrar juntos el camino común.
Había, eso sí, lo que Don Tomás Segovia llamó alguna vez “nostalgia del futuro”.

“Hay que contar la historia”, dijo el Comandante Moisés, a modo de conclusión, al final de la reunión. Y se fue el Comandante a su champa en Oventik.


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