El pesimismo subversivo: alternativa al neoliberalismo
Marcos Roitman Rosenmann
Subvertir el
pensamiento dominante, construir alternativa, mostrarse abierto a nuevas formas
del pensar, ha tenido un final trágico y no por ello ha sido derrotado ni menos
aún extinguido. Siempre presente, se desarrolla y es capaz de condensar en
circunstancias adversas el saber más avanzado y liberador. Se trata de rupturas
democráticas, procesos de emancipación y justicia social.
La lucha contra la explotación, el colonialismo interno, la esclavitud y
el conformismo social despiertan el rechazo de las antielites. Su voz ha sido
perseguida, encarcelada o invisibilizada. Sus representantes aúnan las
esperanzas de las clases explotadas y dominadas, excluidas y marginadas, consecuencia
de la acción depredadora de una economía de mercado asentada en el
neoliberalismo trasnacional.
Desde los orígenes societales, pensar críticamente no ha sido bien visto
ni tolerado por el poder. Recordemos el final trágico de Sócrates, Espartaco,
Giordano Bruno o Túpac Amaru. Sin olvidar a Galileo Galilei. Obligado a
retractarse ante el Tribunal de la Inquisición, apostilló:Y sin embargo se
mueve. Palabras de dolor y reivindicativas como salvaguarda de su vida.
Las élites y el poder dominante han buscado contener, diseñar y
controlar el futuro. De esa manera han prefigurado un entorno para imponer su
cosmovisión e ideología. No permiten la formulación de saberes y conocimientos
cuya dinámica suponga cuestionar el orden establecido. Para ese tipo de situaciones
han dibujado un estereotipo de sujeto conflictivo, antisocial, al cual
perseguir y amordazar, un peligro para la seguridad del Estado y la ciudadanía.
Se trata del subversivo. El alborotador, un outsider.
El control sobre disciplinas como la política, la economía, la historia,
la sociología, la cibernética y la informativa, articuladas en las ciencias de
la complejidad y sistémicas, conlleva un saber encorsetado. La vigilancia del
pensamiento y los límites sobre lo que es pertinente se decide en instituciones ad hoc, conocidas popularmente como academias, cuyos
miembros se cooptan bajo el supuesto de su sapiencia. Para eso fueron creadas.
Academia de la lengua, para acotar el lenguaje. Academia de la historia, para
administrar el presente y definir hasta dónde y qué se debe entender por
memoria histórica y cuáles los hechos que la integran. Academia de las
ciencias, para dotarnos de objetividad y racionalidad científica. Cómo olvidar
el rechazo institucional a la teoría de la evolución de Walace y Darwin, entre
los académicos de la época.
No hay disciplina ni conocimientos cuya evolución no haya sido
fiscalizada y sometida a control. Spinoza, Nietzche, Marx, Weber, Simmel, entre
otros, fueron considerados pensadores malditos. Vincent Van Gogh, pintor
rechazado, proscrito. Sin embargo, pasado el peligro, la capacidad
transformadora y revolucionaria de cambio social y ruptura, las élites
dominantes cooptan el pensamiento subversivo y lo integran a la dinámica
consensual una vez despojada de la crítica y eliminado el peligro
revolucionario. Hoy los veneran, estudian y divulgan sus conocimientos.
En nuestra América, qué decir del acoso a Miguel Hidalgo y José María
Morelos. En 1810, “Miguel Hidalgo fue condenado por la Inquisición Novohispana
por ‘libertino, sedicioso, cismático, hereje formal, judaizante, luterano,
calvinista y sospechoso de ateísmo y materialismo’, y Morelos por haber seguido
a Hobbes, Helvetius, Voltaire y Lutero. Todavía en 1822, durante el primer año
del imperio de Iturbide, la Iglesia incluía una lista de 42 libros proscritos.
“No fueron los primeros. Los pueblos taíno, azteca, maya, chibcha, araucano,
guaraní o inca sufrieron persecución, esclavitud y muerte. Las rebeliones
fueron reprimidas, sin límites al uso de la violencia y la tortura. Túpac
Amaru, descuartizado. Túpac Katari, arrojado a un barranco. Otros, empalados o
degollados. Sus causas siguen vivas.
Artigas, Miranda, Bolívar, San Martín, José Martí, Manuel Rodríguez,
Emiliano Zapata, engrosan una lista de pensadores subversivos. Farabundo Martí,
Augusto César Sandino, obispos como el costarricense Sanabria o el salvadoreño
Romero. En este orden se incorporan Camilo Torres, Fidel Castro, Ernesto
Guevara, Lucio Cabañas, Juan Bosch, Salvador Allende, Juan José Torres, Hugo
Chávez, Ellacuría, Baró y Montes, los jesuitas asesinados por el ejército en El
Salvador. La lista es larga. Hombres y mujeres. Intelectuales, artistas,
trabajadoras, estudiantes y jóvenes forman parte del devenir de las ideas
subversivas, por ello son combatidos, detenidos, torturados y asesinados.
En América Latina la lucha contra el colonialismo del saber y del poder
marca el inicio del pensamiento rebelde y subversivo. El pensamiento crítico
tiene continuidad en los proyectos que asumen la crítica al neoliberalismo, se
manifiestan contra la guerra, el colapso del planeta, el extractivismo, los
megaproyectos. La propuesta de pensamiento político y emancipador defiende los
derechos humanos, la naturaleza, propone una vida digna dentro de un orden cuyo
principio es la justicia social. El EZLN representa ese pensamiento político
emancipador. La digna rabia, la lucha contra la hidra del capitalismo. Su
defensa de la dignidad y la ética son parte de la esperanza que encarna el
pensamiento subversivo.
Orlando Flas Borda fue el gran sociólogo de la subversión. Para él, la
palabra es campo de batalla para enunciar y construir mundo, expresa y forma
parte de la lucha política. De allí la importancia de crear pensamiento propio,
hacer relevante la teoría, defender los saberes populares y disputar la memoria
histórica.
Fijar y seleccionar conocimiento son la clave para proyectar una topía liberadora, capaz de construir y configurar un poder democrático y
liberador frente al colonialismo global. No se puede luchar contra el neoliberalismo,
sus valores y su cultura rehuyendo el campo de batalla del conocimiento y sin
producir pensamiento subversivo, mental y político. Ese es el reto de las
ciencias sociales y la acción subversiva de la lucha política democrática y
anticapitalista.
El Poder y la Práctica de la
Resistencia
Por: Sub Comandante Insurgente Marcos
Municipio
Autónomo Rebelde Zapatista San Andrés Sacamchen de Los Pobres, Altos de
Chiapas. La mañana del 26 de septiembre del 2011, el comandante Moisés se
dirigió a trabajar a su cafetal. Como todos los dirigentes del EZLN, no recibía
salario o prebenda alguna. Como todos los dirigentes del EZLN, tenía que
trabajar para mantener a su familia. Lo acompañaban sus hijos.
El vehículo
en el que viajaban se despeñó. Todos quedaron golpeados, pero las heridas que
sufrió Moisés fueron mortales. Cuando llegó a la clínica de Oventik ya era
finado.
Ya en la
tarde, como es costumbre en San Cristóbal de Las Casas cultivar rumores, la
muerte de Moisés atrajo periodistas carroñeros que pensaron que el muerto era
el Teniente Coronel Insurgente Moisés. Cuando supieron que no era él, sino otro
Moisés (el Comandante Moisés), perdieron todo interés. A ninguno de ellos podía
importarles alguien que no había aparecido en público como dirigente, alguien
que siempre había estado en la sombras, alguien que aparentemente era sólo un indígena
zapatista más…
En el
calendario debe haber sido en 1985-1986. Moisés supo del EZLN y decidió sumarse
al esfuerzo organizativo cuando en los altos de Chiapas los zapatistas se
contaban con los dedos de las manos… y sobraban dedos.
Junto a
otros compañeros (Ramona entre ellos), comenzó a caminar por las montañas del
sureste mexicano, pero entonces con una idea de organización. De entre la
niebla salía su pequeña figura a los parajes tzotziles en la zona Altos. Y su
palabra reposada iba desglosando el dilatado historial de agravios en contra de
quienes son el color que son de la tierra.
“Hay que
luchar”, concluía.
La madrugada
del primero de enero de 1994, como un combatiente más, bajó de las montañas a
la altanera ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Participó en la columna que
tomó la presidencia municipal, rindiendo a la fuerza gubernamental que la
custodiaba. Junto a los otros integrantes tzotziles del CCRI-CG, se asomó al
balcón del edificio que daba a la plaza principal. Atrás, en las sombras, escuchó
la lectura que uno de sus compañeros hacía de la llamada “Declaración de La
Selva Lacandona” a una multitud de mestizos incrédulos o escépticos, y de
indígenas esperanzados. Junto a su tropa se replegó a las montañas cuando
corrían las primeras horas del 2 de enero de 1994.
Después de
resistir los bombardeos e incursiones de las fuerzas gubernamentales, volvió a
bajar a San Cristóbal de Las Casas como parte de la delegación zapatista que
participó en los llamados Diálogos de Catedral con representantes del supremo
gobierno.
Regresó y
siguió caminando los parajes para explicar y, sobre todo, para escuchar.
“El gobierno
no tiene palabra”, concluía.
Junto a
miles de indígenas, levantó el Aguascalientes II, en Oventik, cuando el EZLN
aún sufría la persecución zedillista.
Fue uno más
de los miles de indígenas zapatistas que, con sus manos desnudas, se
enfrentaron a la columna de tanques federales que querían posicionarse en
Oventik en los días aciagos de 1995.
En 1996, en
los diálogos de San Andrés velaba, como uno más, por la seguridad de la
delegación zapatista, cercada como estaba por cientos de militares.
De pie, en
las heladas madrugadas de Los Altos de Chiapas, resistía la lluvia que hacía
huir a los soldados a buscar techo y refugio. No se movía.
“El Poder es
traidor”, decía como disculpándose.
En 1997,
junto a sus compañeros, organizó la columna tzotzil zapatista que participó en
la llamada “Marcha de los 1,111”, y recabó información vital para esclarecer la
matanza de Acteal, el 22 de diciembre de ese año, perpetrada por paramilitares
bajo la dirección del general del ejército federal, Mario Renán Castillo, y con
Ernesto Zedillo Ponce de León, Emilio Chuayfett y Julio César Ruiz Ferro como
autores intelectuales.
En 1998
organizó y coordinó el apoyo y la defensa que, desde Los Altos de Chiapas, se
dio a l@s compañer@s desalojad@s por los ataques contra los municipios
autónomos por parte del “Croquetas” Albores Guillén y de Francisco Labastida
Ochoa.
En 1999
participó en la organización y coordinación de la delegación indígena tzotzil
zapatista que participó en la consulta nacional, cuando 5 mil zapatistas (2500
mujeres y 2500 hombres) cubrieron todos los estados de la República Mexicana.
En el 2001,
después de la traición de toda la clase política mexicana a los llamados
“Acuerdos de San Andrés” (entonces se aliaron PRI, PAN y PRD para cerrar la
puerta al reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura de los
pueblos originarios de México), continuó andando por los parajes tzotziles de
Los Altos de Chiapas, hablando y escuchando. Pero entonces, al terminar de
escuchar, decía: “Hay que resistir”.
Moisés había
nacido el 2 de abril de 1956, en Oventik.
Sin
proponérselo siquiera y, sobre todo, sin tener ninguna ganancia, se vio
convertido en uno de los jefes indígenas más respetados en el EZLN.
Apenas unos
días antes de su muerte, lo vi en una reunión del Comité Clandestino
Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, donde se analizó la
situación local, nacional e internacional, y se discutieron y decidieron los
pasos a seguir.
Explicamos
que una nueva generación de zapatistas estaba llegando a los cargos de
dirección. Jóvenes yjóvenas que nacieron después del alzamiento, que se
formaron en la resistencia, y que se educaron en las escuelas autónomas, son
ahora elegidos como autoridades autónomas y llegan a ser miembros de las Juntas
de Buen Gobierno.
Se discutió
y acordó el cómo apoyarlos en sus tareas, acompañarlos. Cómo construir el
puente de la historia entre los veteranos zapatistas y ellos. Cómo nuestros
muertos nos heredan compromisos, memoria, el deber de seguir, de no desmayar,
de no venderse, de no claudicar, de no rendirse.
No había
nostalgia en ninguno de mis jefes y jefas.
Ni nostalgia
de los días y las noches en los que, en silencio, forjaron la fuerza de lo que
mundialmente sería conocido como “Ejército Zapatista de Liberación Nacional”.
Ni nostalgia
por las jornadas en que nuestra palabra era escuchada en muchos rincones del
planeta.
No había
risas, es cierto. Había rostros serios, preocupados en encontrar juntos el
camino común.
Había, eso
sí, lo que Don Tomás Segovia llamó alguna vez “nostalgia del futuro”.
“Hay que
contar la historia”, dijo el Comandante Moisés, a modo de conclusión, al final
de la reunión. Y se fue el Comandante a su champa en Oventik.
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