Nestora: mi cuerpo como última arma
Por: Abel Barrera Hernández*
Nestora,
hija de Fernando Salgado, oriundo de Olinalá, y de Aurora García, originaria de
la comunidad naua de Chiepetepec, municipio de Tlapa, se asume como indígena,
como parte de las familias pobres de la Montaña que luchan contra los gobiernos
racistas y pendencieros. Con gran orgullo habla de su prole. Campesinos en su
mayoría. Mujeres y hombres que han crecido en los lomeríos de Olinalá y que
aprendieron a trabajar el campo. Estas son sus palabras:
Todos los de
la familia somos derechos y de convicciones. Me siento parte del linaje naua y
también mestizo, porque luchan por ideales, porque están dispuestos a defender
lo que es de los abuelos. Peleo contra los gobiernos que se empeñan en ahondar
la desigualdad y no tolero la discriminación.
En Guerrero
nos hemos acostumbrado a vivir en el fango de la violencia y a padecer
gobiernos represivos. Los cacicazgos son un lastre que arrastramos desde hace
décadas y que continúan desangrando al estado con el apoyo de la delincuencia
organizada.
Lo que
sucedió en Olinalá en 2011, cuando se incrementaron los secuestros, los robos a
las casas, los asaltos a plena luz del día, las extorsiones y asesinatos, sin
que las autoridades intervinieran, generó gran desconcierto por la
ingobernabilidad que imperaba. Algo que causaba mucha preocupación era la
cooptación de jovencitas, a quienes los grupos de la delincuencia involucraban
en la venta de droga en las escuelas. La población comenzó a vivir con temor y
enojo en un ambiente turbio marcado por balaceras. Era constante el tránsito de
camionetas tripuladas por personas ajenas a la comunidad, portando sus armas en
pleno centro de la población.
Lo que
detonó la irrupción de la gente contra los grupos de la delincuencia y contra
las mismas policías y autoridades municipales fue la desaparición y ejecución
de un joven taxista, cuyo cuerpo fue encontrado el viernes 26 de octubre de
2012. La gente no tuvo otra alternativa que levantarse en armas. Fue una
decisión colectiva en defensa de la vida y de la seguridad de nuestras
familias.
Como
ciudadana de Olinalá en esa situación límite, no tuve más que dos opciones:
resignarme a vivir en manos de la delincuencia y de un gobierno cómplice, o
defenderme y organizarme con el pueblo para hacer valer nuestros derechos. Así
fue como me involucré en el movimiento de la policía comunitaria. Fueron
semanas y meses de reuniones y asambleas entre los pueblos, para tomar las
grandes decisiones y nombrar a nuestros futuros policías. Visitamos a las
compañeras y compañeros de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias
(CRAC), pedimos su consejo y asesoría. Participamos en las asambleas regionales
y tuvimos la oportunidad de conocer desde dentro cómo funciona el sistema de
seguridad y justicia comunitaria.
La CRAC nos
abrió el horizonte y nos dio otra perspectiva. Era el camino de los pueblos de
la Montaña que por siglos han practicado un sistema de justicia que está
cimentado en la asamblea y cuya seguridad descansa en los servidores del
pueblo, que son nombrados por su prestigio y lealtad a su gente. Aquí obtuve mi
verdadera formación como ciudadana adscrita a un pueblo indígena. Aprendí a
obedecer a mis superiores, que eran los de la CRAC. Conocí a mujeres que
formaban parte de la coordinadora y ellas me enseñaron a entender los códigos
que se manejan en las asambleas y a comprender la ética comunitaria.
Mi lucha
estuvo siempre guiada por las autoridades y consejeros de la CRAC, avalada por
las asambleas y dentro del marco de la ley 701. Yo cumplí las órdenes que me
dio la CRAC, por eso mismo no he cometido ningún delito. La CRAC se mantiene
como un sistema legal y legítimo; una de sus funciones es girar órdenes de
aprehensión y ejecutarlas. Desde hace 20 años viene funcionando de esta forma
la justicia comunitaria, que tiene como funciones principales la implementación
de acciones preventivas, la ejecución de órdenes de aprehensión y el proceso de
reducación contra los detenidos. Por ser parte de este sistema, para el
gobierno soy yo y no los miembros de la delincuencia organizada quien ha
cometido delitos y por ello me confina como criminal a un penal de alta
seguridad.
Cuando opté
por enfrentar a la delincuencia, pensé que no iba a durar más de ocho días con
vida. Tenía claro que los sicarios iban a ir por mí a la casa. Pequé de ingenua
y pensé que el gobierno iba a actuar en nuestro favor. Sabían que el problema
era grande y que la gente había decidido tomar las armas. Los sicarios no
llegaron a la casa, los que sí me esperaron en la entrada del pueblo fueron los
militares, que me detuvieron y me entregaron a la Marina para llevarme
escoltada hasta Acapulco y de ahí trasladarme al penal de Tepic. Por luchar
contra el crimen me dieron trato de criminal.
Yo pude
haber huido del pueblo, pero qué mensaje iba a dar a la gente que me dio el
nombramiento de coordinadora y a la misma CRAC. Abandonar el país iba a ser un
acto de cobardía, y además era mostrar que estábamos vencidos. Que este
proyecto no era verdad, y que no creíamos en lo que hacíamos. Siempre he dicho
que este es un movimiento justo y necesario. Sólo los pueblos unidos y
organizados podemos controlar al gobierno y parar la delincuencia. Sólo
nosotras hemos sido capaces de decir ¡basta!
Al gobierno
lo increpo con la frente en alto, ¿dónde están las supuestas víctimas, que
hasta la fecha no conozco? ¿Dónde están a quienes supuestamente secuestré y
pedí 3 mil pesos por su rescate? ¿Dónde están las autoridades de Olinalá para
que demuestren que tienen la cara limpia y que en realidad no deben nada?
Si yo decidí
enfrentar a la delincuencia es porque quiero la paz para mi pueblo y mi
familia. No quiero la guerra. Mi lucha es para que no maten a más gente
inocente, como cada día sucede en Guerrero. Mi lucha es para acabar con la
delincuencia que está enquistada en el mismo gobierno. Esa es mi guerra contra
ellos y eso no me lo perdonan. Este primero de enero iniciaré mi segunda huelga
de hambre. Lo haré porque en este país no me ha quedado otra alternativa que
usar mi cuerpo como mi última arma para alcanzar la libertad o la muerte.
*Antropólogo.
Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan