lunes, 1 de septiembre de 2014

Rockers la Película. Entrevista a Ted Bafaloukos

Love and Rockers
Ted Bafaloukos nos enseño todo lo que sabemos sobre Jamaica
                                                                     Entrevista por: Tassos Breakoulakis, retrato por Freddie E.  Fotos de Theodoro Bafaloukos

Theodoros Bafaloukos escribió y dirigió Rockers, el film que por su propia cuenta, hizo algo interesante de Jamaica y el reggae para los blancos que se la pasaban tirados en el sillón, sus hijos mariguanos y algunos cuantos punks británicos con guitarras. Hoy, Ted no es tan reclusivo, pero si mas aislado, pasando la mayoría de su tiempo en la casa de su infancia, en la alejada isla griega de Andros. Treinta años después, hicimos el viaje para esta, su primera entrevista impresa.  Adicionalmente a los guiones y películas, bafaloukos también fue diseñador de producción de tres directores ganadores del premio Oscar (Barry Levinson, Errol Morris y Jonathan Demme) y ha ayudado a concebir muchos videos musicales, incluyendo ese de Aerosmith donde Alicia Silversone salta en bungee desde un puente y luego le pinta un dedo a Stephen Dorff.
Después de un breve tour de su casa, cientos de pinturas e imágenes de serpientes adornan las paredes, se sentó con nosotros y hojeo algunos álbunes fotográficos. Muchos de cuando filmo Rockers. Todo un tesoro de archivo.
¿Cómo llegaste a Jamaica?
Fui en 1975 como un fotógrafo freelance para Island Records con un amigo, un tipo que estaba metido en la escena del reggae. Tomamos fotos de caras alrededor de la isla. Fue interesante y emocionante. También fue divertido porque me arrestaron por ser espía de la CIA.
Oh, no ¿Qué sucedió?
Fui a una estación de radio a hablar con alguien de la comunidad. Quería pedirle equipo y ayuda para grabar un documental, que era lo que originalmente quería hacer allá. Iba en un carro con un amigo, el conducía, cuando de repente, de la nada un hombre mete su mano por la ventana, toma mi cuadernillo del bolsillo en mi pecho y corre a un edificio gritando “¡CIA, CIA!”. Bajé y corrí tras él, cuando regresé, mi amigo había desaparecido del carro. Sentí miedo. Me encontré completamente solo y rodeado por extraños. Los amigos que se habían ido me dijeron después que se habían ido aterrorizados. Hablamos de un tiempo en el que el miedo reinaba y todos vivían atemorizados.
¿Cuándo intervino la policía?
 Aparecieron dos Jeeps, llenos de policías, algunos uniformados, otros se veían solo como rompe-bocas. Los que se veían más malos bajaron con Uzis y me arrestaron. Me subieron al Jepp y me pasearon por las calles a baja velocidad para que pudieran ver que habían arrestado a un agente de la CIA. Me llevaron a la estación de policía, donde resultó obvio que no tenían idea que hacer conmigo. Así que me llevaron con otra persona, que me entrevistó.
¿Una entrevista?
Un interrogatorio. Cuando entré en el cuarto, el interrogador estaba sentado detrás de un escritorio con mi cuadernillo junto a él. Me acerqué, levanté el cuadernillo y me lo guarde en el bolsillo.
Huevos. ¿Qué había en el cuadernillo?
Las direcciones de todas las personas que había conocido en la isla, la mayoría músicos. Les había prometido enviarles fotografías cuando regresara a Estados Unidos, lo cual posteriormente hice.
¿Te liberaron inmediatamente?
Después de que deje el cuaderno en mi bolsillo, el tipo no hizo nada.  
Le respondí sus preguntas pero el tipo no sabia ni que preguntarme. Probablemente hizo algunas llamadas telefónicas y se dio cuenta que todo era un error.
Viendo tus fotos de la época, la verdad es que tenías más aspecto de protagonista de una película porno zapatista que de agente de la CIA. 
¿Por qué? ¿Qué aspecto tiene un agente de la CIA? (risas) Yo tenia pasaporte griego, y eso me hacia aun mas sospechoso. Se lo llevaron y me dejaron allí durante lo que me pareció una eternidad. Vino otro tipo para interrogarme pero, de nuevo, esto no llevó a nada, serian las 10 o las 11 de la noche cuando, de repente, un tipo blanco apareció y dijo, “Vete, sólo lárgate”. Yo le pregunté, “¿Donde esta mi pasaporte?” y el respondió, “Que te largues de aquí”. Así que me fui.  Me dirigí a la casa que estaba compartiendo y allí estaban todos: mi amigo, Augustus Pablo, toda la pandilla. Todos más jóvenes que yo. Me miraron asustados, como si hubiera vuelto de entre los muertos. Básicamente, lo que me dijeron fue, “Perdón, pero esta noche vendrán a matarte y no queremos estar cerca de aquí”.
¿Y no te estaban jodiendo?
 No para nada. Cosas así sucedían normalmente.
Es una imagen de Jamaica totalmente diferente a la que ofreces en Rockers.
Debido al éxito de Bob Marley existía la idea de que todo iba sobre ruedas. Incluso para el reggae, la realidad era otra, mucho mas dura. Y más dura aun para un tipo blanco en medio de todo aquello. Viví allí dos años antes de empezar a filmar. Los jamaicanos que vivían en los ghettos de Kingston eran gente inocente viviendo vidas comunes, y esto era exactamente lo que yo quería capturar en el film: una imagen más realista de quienes eran y quienes deseaban ser. Algo como Robin Hood. Jamaica era un mundo de fantasía en el que la realidad como la conocíamos no podía existir.
¿A que grado?
 Estas personas vivían en un entorno que les separaba del mundo real. No tenían ningún sitio donde ir, y raras veces alguien a quien podían llamar “papá”. Sólo hombres que tenían relaciones con mujeres. No había una verdadera estructura familiar. En la mayoría de los casos los niños no eran reconocidos, y aunque crecieras con una madre no disponías de apoyo de ningún tipo, porque el entorno era realmente duro. Todo el mundo intentaba ganarse la vida como podía, a duras penas, y para los niños era prácticamente imposible que de una situación así surgiera otra cosa que no fuera tolerancia hacia la violencia y una mentalidad pandillera. Pero hay que destacar que también había mucha gente que vivía en esas condiciones de forma pacifica y productiva. Eso es importante.
¿Qué le pareció Jamaica a alguien de Andros y Nueva York?
Realmente exótica. Una experiencia inusual.
¿Aun más inusual que Nueva York? Lo digo porque tú naciste en un pequeño pueblo griego, muy distinto a la Gran Manzana.
Me mudé de Andros a Atenas a los 17 años. Dejé esta misma casa. La mesa en que nos sentamos es la misma que tenia entonces. Fui afortunado, mi padre era un hombre abierto de miras y me aconsejó, sin meterme presión, que me inscribiera en la Escuela de Diseño de Rhode Island, una de las más destacadas del mundo.
¿Cuándo fue eso?
Entre 1964 y 1968. La época del sexo, las drogas y el rocanrol. Después de estudiar, volví a Grecia, durante la junta para servir en el ejército. Durante ese tiempo me casé con Eugenie. Este año nuestros 39 de casados. Después de mi descarga del ejército nos fuimos a Minnesota, después tomamos nuestras cosas y nos mudamos a Nueva York. Nos hicimos bohemios. Vivíamos en Tribeca, en un edificio abandonado.
¿Cómo te ganabas la vida?
Trabaje en varias cosas de freelancer y Eugenie en la industria textil, como diseñadora. Básicamente me mantenía ocupado reparando el edificio y desempeñando distintas labores ocasionales. Trabajaba de fotógrafo cuando la revista New York me encargó un retrato de un joven Jamaicano que iba a tocar en el Tropical Cove, un local bastante culero de Brooklyn. Fui allí y apareció Augustus Pablo tocando una melódica. Me quedé hipnotizado. Fue el primer jamaicano al que conocí.
¿Qué sabías entonces del reggae?
 Había oído por casualidad a Bob Marley en 1974, cuando todavía estaba con los Wailers. De camino a Minnesota, Eugene y yo nos detuvimos unos días en Chicago para visitar a una amiga. Una noche dijo, “Vamos a ir a un club en el que hay música interesante”. Era Bob Marley. Fue un concierto increíble.
¿Qué música escuchabas?
Muchas cosas. Sobre todo rock y R&B. Mi esposa tenía dos hermanos que tocaban la guitarra. Y mucho blues, por supuesto. Si en mi corazón sólo hubiera espacio para un tipo de música, sería el blues. Todo comenzó de un modo, digamos, extraño, a través de mi pasión por la Rebetika.
La Rebetika, esa forma griega de blues.
Lo que me pasó con la rebetika y el blues me volvió a pasar con la música de Bob Marley. Ya conocía el Rocksteady y el Ska, pero fue al escuchar a Augustus Pablo cuando me di cuenta de que había allí algo muy profundo, algo que estaba por encima, más allá de lo que se escuchaba. El reggae tenía profundidad musical y una gran variedad de sonidos. Si te fijas en el reggae que se hizo de finales de los 60´s y a principios de los 70´s, no creerías que sus autores fueron unos tipos de veinte años, siempre los mismos. Ska, Rocksteady, Reggae, Rocker, Dub… Todos los géneros emergieron simultáneamente y de manos de un mismo puñado de músicos.
¿Siempre eran las mismas personas?
La gente que generó el ska también generó el reggae. No eran más que dos o tres bateristas, guitarristas y bajistas. La calidad de los cantantes, su habilidad para inspirar a los músicos, era un factor crucial. El sonido estaba ahí; lo único que faltaba eran los pequeños 45 rpm, que tenían que cortarse tan rápidamente como fuese posible –en dos horas, o incluso en media hora-, de manera que los costos se mantuvieran en lo mínimo. Las grabaciones se hacían en estudios rudimentarios, las nuevas canciones se probaban en sesiones de baile al aire libre durante los fines de semana, y los músicos viajaban en furgonetas abarrotadas de amplificadores y bocinas enormes. Era música de consumo inmediato. Más tarde empezaron a grabar 45 rpm in situ, y a venderlos en unas pocas tiendas y mercados. Así funcionaba. También se vendían en Inglaterra. Y en Estados Unidos, en menor cantidad.
Inglaterra siempre estuvo abierta al reggae.
Si el hecho de que Jamaica hubiera sido colonia británica jugó un papel importante. Por una cuestión de pasaportes y permisos de residencia, para un jamaicano era más fácil entrar en Inglaterra que a los Estados Unidos. Y los ingleses habían absorbido el reggae en mayor grado. En esto, grupos como The Specials y The Selecter y sellos como 2 Tone fueron de gran importancia. También creo que el punk le debe mucho al reggae. Compartían la misma actitud. Esta es la razón de que se hicieran tantas versiones punk de temas reggae.
¿Era aquella una escena estrictamente local? ¿Estaba limitada a una especie de ghetto?
Era muy local. Podría llamársele ghetto, aunque en realidad no lo fuera.   
                   
En Jamaica, los ghettos eran barrios de bloques de edificios construidos unos al lado de otros, formándose patios entre ellos. Como Atenas en los años 20 y 30, o como los poblados africanos. En estos barrios se creaban estructuras sociales que funcionaban de forma separada al contexto mas amplio, y con esto me refiero al gobierno, la policía, el ejercito y el sistema judicial. Las estaciones de radio locales apenas programaban reggae. Ponían música soul y disco, igual que los clubes.
¿No apoyaban su propia escena?
No era su escena, porque nadie estaba haciendo dinero con ella. Los pocos que ganaban algo eran los propietarios de Sound Systems. De hecho, detrás de casi todas las primeras referencias estaban las mismas dos personas: Coxsone Dodd (del sello Studio One) y Duke Reid (de Treasure Isle). Las cosas cambiaron cuando el género comenzó a ganar terreno a nivel internacional; a mediados de los 70, el reggae, tal como lo conocíamos, desapareció. Resultaba imposible que las mismas personas estuvieran en tantos grupos. Sólo había músicos para cinco o seis bandas. Bob Marley se llevó consigo a algunos de los mejores. Los demás se marcharon a Nueva York y Londres. A finales de los 70 no quedaba nadie. Podría decirse que todo llegó a su fin con el One Love Peace Concert de 1978.
Es interesante que Rockers no ponga atención a ingredientes tan jamaiquinos como las palmeras y las playas. ¿Algún motivo en especial para hacer esto?
Lo hice a propósito. Mi intención con la película era muy simple; desde el principio pensé en ella como en una canción, y la cuestión no era qué incluir, sino qué dejar fuera. Tenia que escoger. En una película no cabe todo. Cuando mi abuela, que nunca fue a la escuela y era una mujer grandiosa, me veía dibujar de niño, decía “Esto está demasiado saturado” si había incluido demasiados elementos. En este caso intenté mantenerme dentro de un cierto marco de trabajo y no verme aq mi mismo como un cineasta sino, en términos más amplios, como un artista.
¿Confiabas en que la película sería un éxito?
Sentía que el film iba a ser excepcional, pero al mismo tiempo tenía mi mente fija en terminarlo. Durante el rodaje podía suceder cualquier cosa y todo el proyecto se iría a la chingada. Un día un niño podía jalar el gatillo y matar a otro – estamos hablando de Kingston, un sitio en el que 600 niños fueron asesinados ese año- y eso sería el desastre. Sería el fin. Gran parte de la población moría asesinada, la mayoría de las veces sin motivo aparente.
¿Bajo que circunstancias se daban estos asesinatos?
Guerra de pandillas, pero es que las pistolas estaban por todos lados. Lo creas o no, la policía no hacia nada por controlar el número de armas en las calles. Llevar una pistola se consideraba algo cool, e incluso ciertos políticos se hacían acompañar de un verdadero ejército de cabrones armados. El máximo temor lo provocaban los niños de 11 y 12 años. No podía saberse qué harían a continuación, si te iba a pegar un tiro por puro gusto. Vivía cada día con miedo de que asesinaran a un actor o alguien del equipo.
¿Dirías que la escena hip-hop contemporánea recuerda aquella?
Realmente no. A las personas que vivían allí y hacían música les aterraban las armas. Nadie las utilizaba. No eran idiotas, ¿sabes? Lo que me hace ver como un héroe a Bob Marley es que regresó a Jamaica e intento ayudar a establecer algo de orden. Por supuesto, no era algo que podría hacer él solo, y no todo el mundo estaría de acuerdo. Hubo reacciones muy diferentes por parte de la gente de la calle; aun así, sus esfuerzos para lograr una tregua y que reinara la paz rindieron fruto. La violencia cesó durante un año. Después empezó de nuevo, y antes de finales de año los líderes de ambas bandas armadas estaban muertos. Y entonces entró en escena la cocaína.
¿Sustituyó a la mota?
La hierba seguía ahí, pero fue la cocaína la que mató y devastó. Había muchísimo dinero en juego; la gente se volvió agresiva. Se mataban unos a otros. Pero aún era posible encontrar la gente más dulce e interesante, una fábrica de expresiones en un espacio de lo más diminuto. Ahora no estoy hablando de Kingston, sino de las casuchas pobres que se construían, más a la manera de las favelas que a la de los ghettos. Era en estos lugares aquí y allá donde vivían los músicos Rasta.
¿Quiénes son exactamente los Rasta?
Reggae y Rasta van de la mano y se transformaron en una sola cosa. Se convirtieron en la razón de que para cada hombre joven de Kingston fuese posible decir, “Si, ahora tengo una bandera, tengo una nación, un Dios; y a ustedes los blancos, que se los lleve la verga”. Marcus Garvey fue una figura clave en todo esto. Garvey intentó organizar a la población negra y persuadirla de que regresara a África. “El hombre negro no es el hombre blanco; el hombre negro pertenece a África”.
El Racismo era frecuente.
Decididamente sí. A mi me dijeron, “Griego, no queremos nada de ti porque nada de lo que nos ofreces es tuyo. Esta es mi vida, y mi vida es negra; con tus intenciones no puedes mejorarla. Quiero ser yo quien cuide de mí, tener el control, y por tanto me iré a África, llena de gente negra, y seré parte de ese otro mundo, de esta vida negra”. Existía el racismo incluso entre ellos; entre personas con piel más oscura y la piel más clara, entre los que habían estudiado y los que no.
¿Cómo lograste que los músicos interpretaran papeles en tu película? Porque, al final, lo que rodaste no fue un documental.
Viví con ellos más de dos años y me llevó algo de tiempo convencerlos. No era algo que se pudiera imponer. 
Lo interesante de la película es que todo se hizo en orden inverso: primero reuní los protagonistas, después busqué las locaciones y por último escribí el guión. Todos se interpretan a sí mismos. Las cosas que dicen son muy simples, incluso el argumento es muy sencillo. Después de haber vivido en la isla cierto tiempo, rodar un documental ya no me interesaba. Cualquier otro podía hacerlo. Lo que yo quería era hacer una película sobre la música de Jamaica e incluir a todos sus protagonistas a excepción de Bob Marley.
¿Por qué no lo quisiste en la película?
Por que ya era una gran estrella y se habría convertido en una película sobre Marley. Le habría hecho sombra a los otros músicos, que eran tan buenos como él o mejores, y eso era algo que yo no deseaba. No tengo nada en contra de Marley pero creo firmemente que Burning Spear era muy, muy grande, y lo mismo va sobre los demás músicos. Cada uno por distintas razones. Conseguí que todos los buenos músicos formaran parte y creo que capturé aquella música en su mejor momento.
¿Qué recibimiento obtuvo la película?
Tremendo, increíble. Se proyectó por primera vez en el festival de cine de Los Ángeles, en un cine de 800 butacas. Hubo tanta gente que se quedó con ganas de verla que se volvió a proyectar al finalizar el festival. En Cannes se pasó la misma noche que Apocalypse Now, de Coppola, y hubo incidentes. Miles de personas, policía a caballo, granaderos. Mucha gente quería entrar en la sala, los boletos se habían agotado y se hizo un desmadre. Al día siguiente estaba en primera plana de todos los periódicos. A mi me intrigaba lo que pudiera decir la prensa francesa, incluso la conservadora. La primera línea de la crítica en Le Monde decía “Rockers no es una película, es una obra de arte. Tan buena que cuesta creerlo, y sin embargo es real”.
¿A qué atribuyes su éxito?
El reggae se había convertido en un género internacional, como la samba, la rumba y la música cubana, incluso un paso más allá, llegando por primera vez a públicos de todas partes del mundo.
Después de la proyección, de inmediato, se me empezó a tratar como mercancía interesante. Recibí propuestas de Hollywood, pero mi cabeza ya estaba en otras cosas.
¿Hiciste dinero con la película?
Increíble, pero no. Nada de nada. Hubo gente que si ganó mucho. Sólo por la música. Se dieron grandes problemas al final, una vez hecho el film.
¿Qué pasó?
Las cosas se volvieron confusas. Nadie tenía experiencia, ni el productor ni yo. Ninguno había hecho antes algo como aquello, y nadie tenía ni idea de qué hacer. Los músicos pensaron que simplemente se trataba de salir en una pequeña peliculita y no se preocuparon de involucrarse en el proceso.
¿El proceso de hacer promoción?
La hicieron, pero no sacaron nada de ella. No supieron sacar provecho de su aparición en el film. Por otra parte, aunque hubieran sabido, creo que habrían hecho exactamente lo mismo. Créeme, es hasta ahora, después de 30 años, cuando he empezado a ganar dinero de la película. A través de los DVD´s. Después de todos estos años, un cheque me llegó hace poco. Una suma pequeña, muy pequeña. Es algo ridículo. Y tampoco obtuve dinero de la música. Cuando voy a Tower Records en Nueva York y veo pilas y pilas de CD´s, pienso que otras personas se están embolsando lo que es mío. Yo soy el productor de la banda sonora.
¿Cuánto costo hacer la película?
Unos 500.000 dólares. Conocí al productor, un tipo joven a quien le había entrado la onda de hacer cine; creyó en mí y empezamos a trabajar juntos. Le enseñe parte del material filmado y dijo, “Adelante, haz lo que mejor te parezca”. Me dio el empujón para seguir adelante. Desafortunadamente ya murió.
¿Mantuviste el contacto con la gente de la película?
La mayoría están muertos. La mitad de ellos, asesinados. A Dirty Harry, por ejemplo, le mataron en Nueva York. Fue dos años a la cárcel, probablemente por una pelea o drogas. No estoy seguro, no quise preguntar. Le mataron a los seis meses de quedar libre. Por el contrario, un amigo al que creía muerto está vivo. Hablamos por teléfono hace poco. Siempre le pregunto, “¿Y tal persona está viva? ¿Tal otra está muerta?” La mayoría dejó Jamaica.
¿Hiciste muchos amigos?
Estuve allí varios años, tenía que hacer amigos, abrirme a todas las posibilidades. No tenía muchos, pero quería que todo el mundo me conociera. Hubo una época en la que personas de Jamaica venían a nuestra casa en Nueva York todos los días. Vivíamos cerca de Brooklyn, donde también vivían los jamaicanos, pero quien fuera que se pasara por la ciudad para un concierto, aparecía por la casa.
¿Respetaban lo que estabas haciendo?
Todos piensan que hice mucho dinero con la película. Bueno quizá no todos, pero es difícil convencerles de que no obtuve ni un centavo.
Si alguien escuchara el título hoy, no pensaría que se trata de un film sobre jamaicanos.
El termino Rockers fue muy popular durante el punto cúspide del reggae. Había surgido un nuevo y sofisticado sonido gracias a los nuevos sistemas de percusión. Sly Dunbar introdujo su propio ritmo, en cierto modo. Más duro. Era una palabra que entonces se oía mucho: “Rock Steady, Rockers”. El título lo escogió el productor. El diseño gráfico fue obra mía, al igual que el póster. Lo hice todo yo mismo por que no había nadie más.
¿Quién escribió el guión?
Yo lo hice.
¿Fumabas mucha mota?
Claro.
¿Y qué tal era la hierba jamaicana?

Horrible. Peor que la de Nueva York.                                                                                                                                                                                                                                 

martes, 26 de agosto de 2014

Reina Afromexicana

Reina Afromestiza.
  José María Morelos es una comunidad Afromestiza que pertenece al municipio de Santa María Huazolotitlan. Se localiza en el sur del estado de Oaxaca, de esta agencia a la cabecera  son 14 kilómetros  unos treinta minutos de camino en una carretera que fue pavimentada en 2003 y de Pinotepa Nacional que es el centro comercial mas grande de esta región  esta a una hora y media aproximadamente.
De acurdo con el censo del año 2000, José María Morelos tiene 2176 habitantes, de los cuales 1063 son hombres y 1113 mujeres, esta comunidad ha recibido dos nombres anteriores a este: Poza Verde y Las Juntas.
Recibió el nombre de Poza Verde porque a la entrada de la cuadrilla se formaba un ojo de agua que por la acción de la humedad se cubría de moho, que le daba el característico color verde.
Las Juntas porque un poco antes de entrar al pueblo se unían los arroyos de El Mango, que venia del lado de Piedra Parada, cañada que se encuentra a las faldas de Cerro Grande; Chacahua, que procedía del rumbo de Huazolotitlan. (En la actualidad estos dos arroyos ya no se juntan).
Por el origen de los apellidos y de acuerdo con algunos datos recogidos de personas grandes, parece ser que los primeros pobladores eran abajeños, nativos de Santo Domingo, Cuajinicuilapa y de poblados circunvecinos a estos. El personaje mas conocido de esta comunidad de negros es precisamente el héroe de la patria el llamado ciervo de la nación  José María Morelos y Pavón, que nació en este pequeño poblado que recién recupero el nombre de su hijo prodigo y continua recuperando el orgullo de su historia.       
  La legalización de las tierras se da en los años 30´s. Para llegar a José María Morelos, se tiene que tomarla desviación sobre la carretera costera, a la altura de San Andrés Huaxpaltepec, del entronque a nuestra comunidad son 16 kilómetros, antes de arribar a Poza Verde, como originalmente se llamaba a José María Morelos, se tiene que pasar por Santa Maria Huezolotitlan, que es la cabecera municipal nuestra tierra al igual que las del municipio son tierras ejidales es decir de propiedad común.

La noche del 15 de Septiembre del 2004, no fue una noche igual a las otras, pues durante los festejos el pueblo eligió por primera vez a su reina negra. Una reina que representara a un pueblo cuya historia es negada por muchos y desconocida por muchos mas, una reina que enarbolara la bandera de la cultura afromestiza de José María Morelos y toda la región. 
Esa noche, DENIS la joven de 20 años, que fue elegida como reina negra, lucio majestuosa, elegante, como toda una reina. A nombre del pueblo el C.Sofonias Claudio Silva Liévano, autoridad municipal la coronó y la exhortó  a realizar el mayor de sus esfuerzos para promover la cultura afromestiza de la región.
El publico presente, expectante por cierto por la belleza de Denis y por ser la primera ocasión en que una reina negra acompaña en el estrado de honor a la señorita América, a la reina de las fiestas patrias y a la reina de los Charros, escucho con atención el mensaje de su nueva  reina, quien inicio sus palabras con un canto tradicional  anónimo de este poblado.
             “Hay una raza en el mundo que no pinta ni destiñe
                Somos los negros y negras una raza bien humilde
                A mis amigos presentes yo les quiero demostrar
                Que entre todas las razas del mundo, hay una musical
                 Por eso canto y digo
                 ¡Negra soy!
                 A mucha honra soy yo
                 ¡Negra soy!
                  Porque tengo mi sabor
                  ¡Negra soy!

…A nombre de las negras y negros de José María Morelos acepto este reinado y espero aportar mi granito de arena para revalorar esta gran cultura de los pueblos de México.

domingo, 24 de agosto de 2014

Augustus Pablo Genio y Figura



AUGUSTUS PABLO
                   GENIO Y FIGURA

                                                                             

 Por:    Ramón Ortiz M. 



Este es un breve repaso (homenaje) a la obra de uno de uno de los músicos más influyentes de la historia
musical contemporánea.
   Augustus pablo un símbolo Dub que tuvo la sensibilidad necesaria para hacer saber que un instrumento
como la melódica es más que una herramienta escolar para pasar la materia de Educación Artística en la secu.

Si el elemento expresivo de que acaparaba la totalidad sensitiva de Jimmy Hendrix era la guitarra eléctrica
este instrumento se ha convertido en el símbolo con el cual se identifica a la figura de este talentoso músico,
tanto que es ya imposible imaginar las manos de Hendrix sin una guitarra en ellas y en la cara esa expresión
de goce interno que se convertía en una mueca cuando tensaba los músculos al disfrutar de su propio arte.

   Así como genio y figura van de la mano, la silueta de Horace Swaby mejor conocido como Augustus Pablo se ha convertido en un icono para el mundo del reggae pues no es posible llevar a la mente a Augustus Pablo sin su melódica en la boca y enseguida recordar las notas de “al este del rió nilo” composición que lo elevo al estatus de genio musical.
Augustus Pablo es el responsable de poner el sonido de la melódica en el mapa musical, es además uno
de los músicos que más aporto al llamado Dub de los años setentas, trabajando en un principio bajo las
ordenes de King Tubby y después en el estudio de Lee Perry quienes le otorgaron el prestigio y la seguridad
para comenzar una carrera que duraría mas de treinta años de creatividad y que iniciara en solitario a la edad
de quince años con “iggy iggy” instrumental que aparecería bajo el sello “Escorpio & aquarius” grabada en el
estudio de Herman Chin-Loy.



El seudónimo de “Augustus Pablo” como seria conocido desde entonces fue idea del tecladista de los
“upsetters” Glen Adams.
Augustus fundaría su propio sello discográfico el llamado Rockers que anteriormente había sido un “Sound
System” operado por su hermano Garth.

Aunque el sonido de Agustus Pablo se había definido en un principio por hacer ambientes y atmósferas de
pronto se vio grabando versiones a viejos temas del estudio One pero con texturas diferentes y que apuntaban al sonido que Pablo descubriría mas adelante uno de estos temas fue “frozen soul” a la cual él llamo en su nueva versión “frozen dub” al paso del tiempo sus propias composiciones fueron ganando el paso en su discografía y es justamente al llegar al disco “king tubby meets rockers uptown” donde clarifica con su propio sonido lo que realmente estaba buscando hacer, el álbum resulta extraordinario al escucharlo hoy en día tomando en cuenta la vorágine musical y el contexto social tan difícil que imperaba en aquella
época en Jamaica (1977)., Y creo además que no me equivoco al decir que este “king tubby meets rockers
uptown” es uno de los álbumes Dub que entraría en la categoría de clásicos de todos los tiempos, Augustus
Pablo trabajaba para otros artistas como músico de estudio al tiempo que hacia apariciones con la “rockers all stars band” de donde por cierto salió el hoy celebre guitarrista Earl “chinna” Smith.


A principios de los años ochenta muchos de los veteranos artistas iniciadores del Dub estaban quedándose
a la zaga pues el llamado ritmo Dance Hall inundaba las calles mientras que Augustus Pablo volvía a la carga
en compañía de Junior Delgado para poner el sencillo “raggamuffin year” en el Sound System y ese mismo
año (1986) aparecía el álbum del mismo nombre.
A partir de esta época muchos de los críticos de reggae opinan que la carrera de Augustus Pablo entra en
un bache debido al uso indiscriminado de los sintetizadores en su música y que retornaría a su senda original
hasta el álbum “blowing with the wind” de 1990 y que reafirmaría como nadie en su álbum póstumo “Valley
of Jehosaphat” de 1999.

jueves, 21 de agosto de 2014

Linton Kwesi Johnson un poco de historia (biografía)

Linton Kwesi Johnson   

                                   
                                                                         Por: Ramón Ortiz M.

     Un poco de historia.
Una de las raíces del reggae es el sub-genero Dub Poetry, que comienza a decantarse a mediados de la década de los 70´s el Dub Poetry  nace bajo la influencia directa de los grandes “touters” de los años 70´s como U Roy, Big Youth o Dennis Alpone, quienes utilizaban los ritmos pesados del Dub para montar sobre ellos versos recitados muchas veces improvisando en vivo para la audiencia que asistía al “Sound System”.
  Aunque los orígenes están ahí, quien vendrá para darle forma coherente y combatiente a la manera tradicional de la poesía en Dub hasta entonces conocida será Linton Kwesi Johnson, Nació en Jamaica en la provincia de Chapelton miembro de una familia que emigra a Londres en 1963.
Linton desde muy joven sé sentirá apasionado por la literatura la que lo trasladara hacia el tema de la política, a la par de sus múltiples trabajos para sobrevivir,  realiza estudios en el colegio Goldsmith donde va a graduarse en sociología en 1973, el contexto social del inmigrante de aquellos años es como siempre lo ha sido muy duro y tal que tiende a reforzar los lazos solidarios de la comunidad caribeña, es ambiente siempre lo llevara a realizar actividades de servicio a su comunidad, donde conocerá artistas y activistas de todo tipo mientras trabaja en plasmar sus experiencias en dos libros, el primero “Voices of the Living and the Dead” de 1974, donde presta pensamiento y voz al inmigrante que es el mismo.

El segundo “Dread Beat And Blood” de 1975, una serie de poemas que son toda una manifestación política ante la opresión racista, donde además el estilo de escritura utiliza la jerga del inmigrante jamaiquino en la Gran Bretaña negra, el dialecto patois, que unifica al joven en tierra extraña donde no termina de adaptarse y que Linton convierte en elemento de arraigo a su lejana isla, reminiscencia también del dj´del Sound System quien manifiesta sus problemas y alegrías en los mismos términos callejeros en Patois.
 
Para esta época Linton escribe artículos especializados sobre reggae para diferentes revistas prestigiadas como Melody Maker o New Musical Express, mientras en el terreno del activismo integra la co-operativa de periodistas Race Today, su cercana actividad en la música lo lleva experimentar su propio trabajo con bandas de reggae haciendo algunos experimentos y para el año 1977 culmina su obra con “Poet and the Roots” un disco que virtualmente define un genero nuevo el llamado desde entonces “Dub Poetry” combinación entre poesía y ritmo con características de combate en el terreno de las ideas, poesía radical dirán los aludidos.
El álbum va a aparecer bajo el nombre de “Dread Beat An´Blood” como su segundo libro, de una mixtura intoxicante en la música de Dennis Bovell el líder de la banda que acompaña  llevada de la mano por la letra lucida combativa e inteligente de Linton Kwesi Johnson.
 
Para 1978 Linton firma para el sello mas poderoso del reggae “Virgin” de island records donde va a aparecer “Forces of Victory” mientras hace trabajo para otros medios donde va a insertarse como la televisión y la radio donde cuenta historias sobre reggae y el cine que para entonces filma un documental sobre su vida, por otro lado su activismo político le traslada a Brixton barrio bajo que le dará la mas clara y fiel visión de la política racista  aplicada.
  Posteriormente vendrá “Bass Culture” o como el mismo lo definió en su momento, su mas ambicioso proyecto donde por principio ético y debido al prestigio que su nombre ha adquirido en los medios Linton Kwesi Johnson decide quitárselo para adoptar el seudónimo LKJ.         
 En franca búsqueda de su independencia laboral edita  “Inglan is a Bitch” su tercer libro, publicado y manejado por el mismo bajo su sello LKJ, durante largos periodos Linton se concentra en su actividad política y apenas realiza apariciones esporádicas junto a su trabajo musical, una de ellas histórica de donde surge el disco doble  de 1986 “In concert with Dub Band”.
Para estar de vuelta hasta 1990 con “Tings An´Times” su álbum quizá el más reflexivo del género que ya para entonces tenia otros exponentes en Mutabaruka, Benjamin Zephanian o Jean Sista Breeze.
 Con “Tings An´Times” se embarca en una rara en el serie de presentaciones que lo alejaran de la escena del activismo político y social, momento que utilizan algunos detractores para hablar de él y llamarle “Black petty booswah” pequeño burges negro, algo que no le preocupa mucho y continua con su trabajo, pero Linton tiene ya asegurado su lugar en la historia la misma que el va escribiendo en su poesía y describiendo cuando toma la palabra, aquella que el lector y el simple escucha agradecemos.

    Discografia:
 1978 Dread Beat an´Blood (Front Line)
1979 Forces of Victory (Island)
1980 Bass Culture (Island)
1982 LKJ in Dub (Dennis Bovell remixes) (Island)
1984 Making History (Island)
1985 Linton Kwesi Johnson Live (Rogh Trade)
1985 Compilation Reggae Greats (Island)
1988 In Concert With the Dub Band (LKJ)
1990 Tings and Times (LKJ)
         More Times
         Live at Zenith Paris
        
                    

Nota.” Touters”,  “Sound System”  (leer Fanzine  Barrio Babylonia  # 19 al 23)

miércoles, 20 de agosto de 2014

Reggae e Identidades (Estudio sobre reggae en Venezuela)

Re ggae e identidades en  Caracas:
Una introducción a los mulatos márgenes de la modernidad [1]
Diego Larrique P.*
Escuela de Sociología, UCV
[1] Una versión preliminar fue presentada en X Congreso de la SIBE -sociedad de etnomusicología, “Música, ciudades, redes: creación musical e interacción social”, Salamanca, España, marzo-2008, La participación en este Congreso contó con el apoyo del CDCH.
Resumen
El presente artículo supone un esfuerzo de interpretación sobre las implicaciones culturales de la música reggae en Caracas. Analizando la historia del género desde Jamaica y el imaginario africanista Rastafari, se trata en estas páginas de comprender los procesos de reconfiguración musical e identitaria del reggae en nuestra ciudad. Se utilizan testimonios de varios músicos de la escena de reggae local y referencias a las letras de varias canciones, tanto de artistas internacionales como de bandas locales.
Palabras claves: Reggae, identidades, diásporas, identidades diaspóricas.
Reggae and identities in Caracas: an introduction to the mulato margins of modernity
Abstract
This article represents an effort to interpret the cultural implications of reggae music in Caracas. Analyzing the history of the style in Jamaica and the African imaginary of Rastafari, the author attempts to understand the processes of musical re-interpretation of reggae and their implications in terms of identity in Caracas. The article is based on the testimony of several of the local reggae musicians and references to the text of various songs, both of international artists and of local bands.
Key words: Reggae, identities, diasporas, diaspora identities.
Recibido: 20-06-08 / Arbitrado: 07-07-08
1. Introducción
Cuando Durkheim afirmaba en Las Formas Elementales de la Vida Religiosa que “ninguna religión es falsa”, que “hay que saber leer detrás de los símbolos”, quizás exponía uno de los mayores retos a los que tiene que enfrentarse la investigación: el reconocer las lógicas veladas dentro de cada movimiento social, dentro de cada manifestación cultural de las sociedades, dentro de cada región de un país, de sus ciudades, de grupos de ciudadanos, etc. Un reto por demás interesante en la medida que esa sociedad y esa cultura no son vistas como un objeto externo al que hay que “extraerle” la verdad, sino más bien como una condición de la propia realidad descubriéndose a sí misma, como diría Zygmunt Bauman.
En ese tono de comprensión de los fenómenos de las sociedades es que estas páginas proponen un estudio de los elementos que viven detrás de algunos símbolos culturales –ya hoy– nuestros como la música reggae en particular, y el imaginario rasta en una trama más amplia. Si nos apurasen a delimitar la investigación diríamos que su centro está en el esfuerzo por comprender el devenir de un movimiento cultural a través de una expresión musical compleja e híbrida como la música reggae, en un contexto de aún mayor hibridez (en el sentido más amplio del término) como lo es la ciudad de Caracas.
Siguiendo la crítica hecha por Adorno hace ya bastantes años, sostenemos que hay en este trabajo un mayor detenimiento en las proyecciones sociológicas de la música que en el lenguaje críptico de la musicología, sin que eso suponga, como creía el pensador alemán, un alejamiento del discurso propiamente musical. En definitiva, la propia distinción entre música, cultura y religión, luce útil aquí sólo en términos analíticos, pero en la realidad, no hay posibilidades de hacer un corte epistemológico de forma tal que se construyan discursos específicos e independientes, sino que todos ellos conviven –creemos– bajo el dificultoso rótulo de las “identidades”.
Es por todo esto que estas páginas se centran en el reggae como un buen pretexto para discutir algunos elementos de la cultura caraqueña de las dos últimas décadas y las identidades que se construyen detrás de su (s) imaginario (s).
2. De los mulatos márgenes de la modernidad
No todas las manifestaciones culturales de nuestras sociedades son valoradas de la misma forma ni consolidadas en el imaginario colectivo de la misma manera. Si utilizamos la expresión “mulatos márgenes de la modernidad” es precisamente para ubicar, de entrada, el lugar desde la cual se ha construido el discurso musical del reggae caraqueño. Varias discusiones están subsumidas en la expresión que titula este apartado del trabajo y quizás merezcan un par de líneas. Lo primero que se tendría que decir, sin entrar en la discusión sobre qué es la modernidad o cuáles las ideas fuerza de las modernidades (si las preferimos en plural) es que el proyecto moderno que se consolidó en América Latina no fue justamente negro o mulato en su constitución cultural, sino que sus claves europeas provienen de un proyecto “civilizador” que más bien arrasó, literalmente en algunos casos las especificidades culturales de nuestros indios o de los negros traídos por la trata de esclavos desde África.
Este proyecto moderno ubicó un centro desde el cual se fueron formando los gustos, las señales de progreso y de “civilización” frente a las “atrasadas” costumbres de los nativos y las incomprendidas ceremonias tribales de los negros. Este centro, sin embargo –y afortunadamente– nunca fue absoluto ni impermeable, sino que, por el contrario, ha sido testigo de múltiples fuerzas centrípetas que con ímpetu han desarrollado, a lo largo del siglo XX, y desde el margen, nuevos discursos sobre los límites de la cultura latinoamericana y sobre la necesidad del reconocimiento de los elementos indígenas y negros que la han conformado.
Así, los “mulatos márgenes de la modernidad” más que una forma de decir, es una primera categoría para comprender la fuerza de discursos que se han ganado un espacio en el Olimpo de las buenas costumbres y tradiciones latinoamericanas, abriendo caminos y preparando el terreno para discusiones que dejan ver a trasluz las siluetas de esas lógicas veladas de las que se hizo mención en el inicio de este trabajo.
El reggae, en esta clave de interpretación, ha sido sin duda una de esas fuerzas marginales que se han colado en el discurso e historia oficiales de nuestra modernidad. Desde la marginalia –como la llama Nicolás Contreras– “…estas producciones culturales, gestadas desde la resistencia cultural y la seducción, por los descendientes del mocambo, se insertan en los proyectos de construcción de nación, siendo reconocidos como símbolos de “nacionalidad”, como sucedió con el son en Cuba; con el tamborito en Panamá; con la bomba y la plena en Puerto Rico; con el mento, el ska y el reggae en Jamaica o con la cumbia, el porro y otros derivados del complejo tambora” (Contreras Hernández, 2002).
Así, el reggae se inserta como una de estas fuerzas que, también junto al rock, blues, jazz, salsa, vallenato y tantos otros son hoy portaestandartes de identidades que se abren paso desde el margen hacia el centro del gusto compartido por nuestras sociedades. Luchando no sólo por hacerse visibles en el sincretismo propio de nuestro tiempo, sino también por romper, de esa forma, con la estandarización a la que se ha visto sujeta buena parte de nuestra música, y nuestra cultura.
La categoría “mulatos márgenes de la modernidad” se la debemos a Ángel Quintero, quien en su excelente trabajo “Salsa, sabor y control” (1999) propone claves de comprensión de la música tropical que permiten comprender la importancia de los ritmos por él llamados mulatos frente a la racionalización de la música occidental y sus coordenadas de comunicación con el público. Afirma Quintero que los ritmos mulatos, construidos desde el margen de las sociedades, han desafiado la lógica propia de la sistematización musical moderna y se han constituido en motores de nuevas discursividades musicales, de nuevas identidades que ya hoy se han anclado en el imaginario sonoro de nuestras sociedades. Dice Quintero que:
“Es precisamente de culturas conformadas por estas vivencias, de sociedades constituidas por el proceso modernizador mismo, pero en sus márgenes, donde han surgido las tres tradiciones de expresión sonora (muy relacionadas entre sí) que han quebrado la hegemonía absoluta que la extraordinaria música de la modernidad “occidental” parecía haber alcanzado hacia principios de siglo. Estas son, a mi juicio, la música norteamericana, en sus vertientes del jazz y el rock (…) la música brasileña y la música caribeña, en sus vertientes anglo (de por ejemplo, el reggae) y latina en la música (que ha denominado el otro como) tropical” (Quintero, 1999).
Pero Quintero es sólo uno de los autores que ha trabajado recientemente el concepto de la marginalidad como la característica fundamental de las que él mismo llama “nuevas tradiciones de expresión sonora”. Varios autores han puesto la atención en esta condición marginal de los nuevos discursos musicales. Fernando Aínsa, por ejemplo, ha dicho que “…lo interesante y lo novedoso de la reciente narrativa hispanoamericana es el abordaje de los referentes culturales, mitos y tópicos de boleros, rancheras, cha-cha-cha, guarachas, tangos y música rock a partir de un discurso enunciado desde la marginalidad (cuando no de la exclusión) para insertarse en el estallido de la pluriculturalidad y de la hibridación cultural contemporánea del que la música es el vehículo más emblemático” (Aínsa, 2002).
Entre Quintero y Aínsa la línea de continuidad es clara, ambos expresan, de cierta forma, la permeabilidad del discurso musical oficial o “desde el centro”, hacia nuevas narrativas musicales, que ahora desde la exclusión –va más allá Aínsa– se insertan en una suerte de estallido “pluricultural” que nos parece merece un par de ideas más. Una primera lectura distraída de Aínsa podría llevarnos a pensar que el producto de esos discursos mulatos –en su encuentro con las sonoridades oficiales– es una suerte de imagen armoniosa de múltiples expresiones culturales que se sorprenden en su encuentro y se placen en la complejidad de una identidad musical moderna amplia. Justamente una de las tesis que nos interesa discutir en este momento es la lucha que en el campo cultural se libra entre los ritmos marginales y los que son aceptados por representar el centro del gusto; deberíamos decir del “buen” gusto. O para decirlo en otros términos, “podemos decir que la música creada en la actualidad no posee una conciencia estética unitaria, sino una multiplicidad (de estilos, mensajes, etc.) de conciencias estéticas fragmentadas” (Hormigos y Cabello, 2004).
Esta postura de Hormigos y Cabello, junto a la de Aínsa y Quintero, podría preparar el terreno para la justificación de un concepto posmoderno de la música en una suerte de mezcla de tendencias y temporalidades, de tonalidades y fugas no sistematizadas, etc.[2] Sin embargo, más que esa propuesta, sí nos interesa el cómo desde esos márgenes de construye un discurso alterno que crea nuevamente identidad, que adhiere, que dota una vez más de sentido de pertenencia y arraigo a la gente a través de la cercanía de la apertura comunicacional de las músicas mulatas, con sus jam sessions, sus montunos y descargas[3]. Tal como ha afirmado Susana Asensio hace algunos años, los procesos de reencantamiento se dan en los márgenes. Y continúa:
“Y aquí debemos entender la palabra «margen» en su doble acepción: de frontera o borde, y de periferia, lugar de hibridaciones e intercambios, y espacio no hegemónico; borde separador y también osmótico, espacio de identificación y de mutaciones, parte de lo que podemos llamar la «periferia global»” (Asensio, 2000).
Definido de este modo el concepto, nos ha interesado el reggae como discurso marginal, como fuerza que tiende al centro del imaginario musical occidental pero con una teleología (que aspira a ser) distinta a las lógicas de mercantilización propias de la industria musical que conocemos desde la segunda mitad del siglo XX. Ahora bien, ¿en qué margen exactamente surge este discurso musical? ¿Sigue hoy ubicado en ese margen o ha funcionado en la lógica propia de las músicas mulatas: rechazo/censura/institucionalización?
El reggae es por excelencia parte de “los mulatos márgenes de la modernidad”. Desarrollado en Jamaica a partir de finales de la década de los años 60 del siglo pasado se convirtió en el vehículo de protesta y de visibilidad de los sectores más empobrecidos de la Isla. Precedido por el ska y luego por el rock steady, el reggae se constituye como el primer gran discurso musical de protesta de la Jamaica independiente y libre del colonialismo Británico (al menos oficialmente). Las letras construidas en la convulsionada década de los años 70 del siglo XX[4] son una muestra de cómo se cimentaba desde la música una posibilidad de hacerse oír, de recordar los años de esclavitud y colonialismo y de revelarse contra la violencia política en que estaba sumida la isla luego del fracaso del primer modelo independentista (Jamaica se hace independiente en 1962) y de desfavorables relaciones con los organismos multilaterales (Giovannetti, 2001).
El poder que tuvo el reggae en la Jamaica de los años 70 fue mucho más allá de la lógica comercial de una música de moda; fue utilizado como arma política en las elecciones de 1972 y 1976 tanto por el PNP como por el JLP[5]; varias de sus principales figuras como Bob Marley, Peter Tosh etc. fueron víctimas de atentados, golpizas por parte de policías, etc. Se hizo fuerte el discurso en pro de la legalización de la marihuana; del reconocimiento de una fuerza política surgida desde los sectores más marginados del West Kingston, de Trenchtown y los demás barrios de la capital.
Por otra parte, uno de los elementos que constituía una fuerza social indetenible en la Jamaica de los años 70 fue la definitiva unión entre el reggae y el imaginario africanista de los rastas, establecidos en la isla desde la tercera década del siglo XX. Aunque no tenemos tiempo aquí –o más bien no es el objeto de nuestro trabajo– para detenernos en las implicaciones de la cultura rasta y su relación con el reggae, sí quisiéramos dedicar un par de líneas para ubicar contextualmente este movimiento y entender cómo ha ayudado a convertir al reggae en uno de los discursos de los mulatos márgenes modernos.
Mientras que el ska y el rocksteady reflejaban la atmósfera alegre de los primeros años de independencia en la isla, el reggae desde sus inicios ató su discursividad musical con el imaginario de re-lectura negra de la Biblia y de mirada africanista alrededor del cual se ha constituido el mundo rasta. La protesta y críticas sociales que iban de la mano con el reggae estaban, ya desde inicios de los años 70, claramente influenciadas por la mirada rasta sobre el mundo moderno. Pero, ¿En qué consiste esta mirada? Podemos decir, siguiendo una vez más a Giovannetti que los postulados rastas pueden resumirse en: a) Creencia en la divinidad de Haile Selassie I, emperador de Etiopía, b) visión de África como la tierra prometida (Zion), y c) la visión del pueblo negro jamaicano como la reencarnación del pueblo de Israel, sufriendo el exilio en Babilonia[6] (Giovannetti, 2001). A esta tipología mínima, se le pueden agregar otros elementos propios de sus primeras manifestaciones, por ejemplo “… (el) vengarse de los hombres blancos por su maldad hacia los hombres negros (…) rechazo y humillación de los cuerpos gubernamentales jamaiquinos (materialización del poder de la raza opresora) (Garrido de Colasante, 1988).
Estas premisas –con sus variantes– podríamos decir que conforman la primera identidad sobre la cual se aglutina el mundo rasta y de la cual se impregna la primera generación de músicos jamaiquinos de reggae. Desde las primeras comunas cimarronas de Leonard Howell por los años 30 del siglo pasado, el movimiento Rastafari se estableció en Jamaica como una posibilidad de construir otra historia al margen de la lectura oficial del cristianismo y de la relación de opresión que existía entre blancos y negros en la isla. “Este movimiento se inicia en oposición y rechazo a las culturas dominantes con raíces europeas y con el objeto de revertir los efectos del colonialismo” (Cortéz y Chacón, 2005).
Quizás lo que hemos querido decir hasta aquí es que el imaginario cultural del rasta y el musical del reggae no pueden ser separados hasta, al menos, finales de la década de los años 80, cuando las lógicas del mercado y el éxito del género ya lo ubica en una posición menos marginal que la que tuvo en sus orígenes. Pero no nos adelantemos. Ubicados en la década de los años 70 y en conjunción con las críticas realizadas desde la mirada rasta sobre el sistema y la necesidad de “cantar contra babilonia hasta que se caiga”, nos encontramos, si se nos permite decirlo de esta forma, con una religiosidad al margen del cristianismo y con una música al margen de los géneros reconocidos oficialmente.
En su muy bien documentado trabajo, Giovannetti recuerda que la unión rasta-reggae en Jamaica ubicó a este género en la lógica de las músicas mulatas   –como las llama Quintero–, al marginar al reggae de las emisoras de radio locales, quienes transmitían más “músicas negras norteamericanas” –como rythim and blues– que reggae. Por ejemplo, el entonces Ministro de Desarrollo y Bienestar del JLP, Edward Seaga –luego Primer Ministro de Jamaica desde 1980–, organizando un evento en Nueva York para promocionar el turismo en Jamaica, se hizo acompañar de bandas de ska –no rastas– pues entendía que estos personajes de dreadlocks, consumidores de marihuana y de letras incendiarias no eran “buena imagen” para la isla (Giovannetti, 2001).
El resumen hecho hasta aquí de la condición marginal del reggae en Jamaica y su relación con el mundo rasta –entendido éste como una forma de religiosidad al margen de la historia oficial del cristianismo– ha tenido la intención de ir delineando las características de la identidad que se fue construyendo desde el surgimiento del reggae en Jamaica, para luego mirar el devenir de esa identidad en el contexto caraqueño y más actual. Con esa intención en la mente, diremos entonces que podemos defender el paso de una identidad racial o étnica hasta otra diaspórica y de resistencia. Veamos esto.
Uno de los principales mandatos que agrupaban a los primeros rastas en la década de los años 30 del siglo pasado era el fin de la opresión blanca y la aceptación de la supremacía de la raza negra. Inspirados en una visión étnica y de afirmación racial de sus raíces africanas, estos primeros grupos amalgamaron una temprana identidad racial que es la base de la construcción, que luego se desarrollaría desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Pero quizás uno de los personajes fundamentales en esta visión racial y crítica de la situación de los negros en Jamaica, sea Marcus Garvey (1887-1940) quien se constituyó en profeta del movimiento negro de Jamaica, no sólo entre los rastas sino también entre los músicos de reggae, si es que tal diferencia existe para la década de los años 70.
Dos ideas son fundamentales en la visión de Garvey: por un lado el mejoramiento de la raza negra y por otro el regreso a África; que podríamos llamar dos ideas-motor de la música reggae, y de la re-lectura negra de la Biblia. Garvey, hijo de antiguos cimarrones y predicador de las desventajas negras en América –o más bien deberíamos decir fuera de África–, fundó en 1914 la UNIA (Asociación Universal para el Mejoramiento de la Raza Negra) y en 1919 fundó la compañía naviera Black Star Line, que se encargaría de repatriar a la población negra a la madre patria, terminando así con siglos de explotación y sufrimiento colonial. Llegó a afirmar que la UNIA tenía más de dos millones de miembros, y “electrificaba” a sus miembros con el discurso de la necesidad de la vuelta a África, revisitando la oferta de un paraíso terrenal de donde nunca se debió haber salido.
Garvey recorrió decenas de comunidades alrededor de todo el continente americano esparciendo sus ideas sobre la raza negra y sobre el regreso a África: estuvo en Colombia, Puerto Rico, Estados Unidos, Panamá, Ecuador, Nicaragua, Honduras, entre otros países. También se dice (aunque no encontramos registros que apoyen esto) que estuvo en Venezuela, organizando mítines entre la población negra en el Puerto de la Guaira. El mensaje era más o menos este: “Nosotros los negros creemos en el Dios de Etiopía, el Dios eterno, Dios de Dioses, Dios del Espíritu Santo, el Dios de todas las eras” “Este es el Dios en quien creemos, y lo adoraremos a través de los espectáculos de Etiopía” Y su más renombrada profecía, punto de apoyo de las identidades mulatas que aquí reflejamos: “Miren a África, al coronamiento del Rey Negro, él será el Redentor” (Garvey en White, 1992, traducción propia).
Poco tiempo luego de ser dicha esta “profecía”, en noviembre de 1930, es coronado Haile Selassie como Emperador Etíope, viendo los seguidores de Garvey la profecía cumplida y el inicio de un nuevo ciclo de gloria para la raza negra a nivel mundial. Desde ese momento, si se nos permite simplificar la historia de esta forma, podemos hablar de múltiples identidades que se superponen en el imaginario de la música reggae y su teleología africanista.
Entre ellas, nos interesa el concepto de identidades diaspóricas desarrollado por Gabriel Izard. Para Izard, son varios los movimientos negros que comparten la mirada africanista de un necesario retorno a la “madre África” como salida a la situación que sufren lejos de ella. El tema del retorno, es uno de los referentes más importantes detrás de este concepto. Izard explica que etimológicamente el término diáspora proviene del griego diasperien (dia: del otro lado, más allá de; sperien: sembrar semillas). Además, aclara que el término es utilizado:
“…para hacer referencia a los grupos étnicos que han sido desplazados de su lugar de origen a través de la migración, el exilio, etc. y se reubican en otro territorio. Las comunidades diaspóricas tienen además como una de sus principales características el hecho de cimentar, en ocasiones, su identidad a partir del territorio primigenio que se convierte en punto de referencia sobre el que se construyen las diferentes expresiones de la etnicidad. Esta última, entendida como organización social de la diferencia, es percibida por estas sociedades transplantadas a partir de distintas conexiones con la tierra de origen” (Izard, 2005).
Estas identidades diaspóricas, producto de “una experiencia colectiva de discriminación, subordinación y estigmatización” tal como afirma Izard, es un concepto que significa plenamente la identidad mulata de la música reggae y del movimiento Rasta que, desde mediados de la década de los años 70, se ha internacionalizado gracias al impacto del reggae en el imaginario sonoro moderno y gracias a otras figuras carismáticas al estilo de Garvey, como lo fueron Bob Marley, Peter Tosh, Jacob Miller, entre tantos otros. Estas figuras de la música negra Jamaiquina, con las letras de sus canciones, no sólo retaron la sistematización de la música occidental –como argumenta Quintero– sino que además lograron esparcir un mensaje de gran impacto sobre las comunidades negras –y no negras– de todos los sectores marginados del proyecto moderno Occidental, por decirlo de alguna forma[7].
Por otra parte, estas identidades diaspóricas las vemos como un concepto más incluyente que las llamadas por Castells “identidades de resistencia”, donde desde la marginación y la estigmatización de sectores sociales se construyen “…trincheras de resistencia y supervivencia basándose en principios diferentes u opuestos a los que impregnan la sociedad” (Castells, 1996) La identidad que en estas líneas tratamos de rastrear en el imaginario fundacional del reggae se ata, tal como hemos tratado de demostrar aquí, a imaginarios africanistas y de reivindicación negra frente a las opresiones propias del sistema colonialista, pero además, –y aquí la diáspora sería una forma elevada de resistencia– se trata de volver a la tierra donde “nunca hay noche”, donde todas las civilizaciones han comenzado. Se construye además, desde estas identidades diaspóricas, un claro pensamiento utópico que ha sido, tal como trataremos de demostrar más adelante, uno de los elementos que aún hoy persisten dentro de los grupos identificados con esta particular lectura de religiones y músicas negras.
3. Reggae en Caracas: ¿De qué identidades estamos hablando?
3.1 Primero Latinoamérica
Hasta aquí, hemos tratado de construir un mínimo contexto que ayude a sustentar por qué adjetivamos de diaspórica y racial a la identidad que se construye en torno al movimiento rasta y a la música reggae en Jamaica desde inicios de los años 70. Sin embargo, no sería apropiado extrapolar la lógica fundacional de un movimiento enmarcado en Jamaica –y con sus objetivos en África–, con las realidades de los países que han sido, podríamos decirlo así, receptores de una configuración musical y cultural ya bien lograda, pero permeable. Uno podría preguntarse con justeza cuáles son las características, los elementos que identifican a los grupos que hacen reggae en Caracas hoy, qué elementos de los fundacionales están aún en el tapete y cómo a través de esta música se ha seguido desarrollando –o no– una identidad tan unificada como la que se ha venido construyendo desde los márgenes, y que ha sido descrita desde el inicio de este trabajo.
Una de las principales evidencias que saltan a la vista –no sólo para el caso caraqueño– es que el elemento racial ha sido paulatinamente suavizado y hoy la supremacía negra que unificaba a las comunidades liderizadas por Leonard Howell en la década de los años 30 del siglo pasado no es bandera prácticamente de nadie. Quizás la apropiación del discurso del reggae-rasta por grupos indígenas y mestizos de toda América Latina ha ayudado a la natural re-significación del mensaje original que aglutinaba e identificaba exclusivamente a los grupos negros de la Jamaica cimarrona.
En Méjico, por ejemplo, se ha institucionalizado un movimiento desde el cual se ha creado cierta unidad identitaria desde el reggae y el mundo rasta. El movimiento Razteca amalgama en sí –en su nombre al menos– toda una visión de identidad que, desde la reivindicación de la cultura Azteca, se ha sabido sumar al poder del discurso musical del reggae. Este Festival, creado por la banda mejicana Los Rastrillos en 1993, originalmente fue creado como un espacio de intercambio no sólo musical sino también artesanal y gastronómico, convirtiéndose con el tiempo en propiedad del dueño de la discoteca de reggae mejicana “Casa Rasta” quien le ha impreso otro sentido al Festival (Benavente, 2005).
En Puerto Rico, señala Rosana Reguillo, hay grupos de Rastainos, en los cuales la fusión de los elementos afroantillanos junto a la cultura de los Taínos   –pueblo indígena establecido en esa isla antes de la colonización– se desarrolla en medio de una re-configuración cultural de riquezas evidentes (Reguillo Cruz: 2000). Por otra parte, la agrupación de reggae de Puerto Rico Cultura Profética, ha utilizado el poder del reggae para denunciar desde su tribuna los problemas que sufren sectores marginados de esa sociedad, como por ejemplo las comunidades pesqueras de Vieques, isla que los norteamericanos utilizan para ejercicios militares más allá de la seguridad –y resguardo del medio ambiente– de y para esta comunidad de pescadores. Y han sabido también explicar en “Reggae rústico” cómo “a contratiempo el reggae se mantiene / un nuevo contexto de vida nos concede/ vena de quien busca su nido / reggae con sentido / unificador latido / reggae rústico sabor caribeño / reggae místico, retoño de cada rama cortada de mi pueblo” (Cultura Profética, 1999) el reencantamiento se da en los márgenes.
En Brasil, por su parte, se ha “inventado” lo que Gerard Béhague ha llamado “un nuevo ritmo, símbolo de la negritud bahiana”, refiriéndose al auge del “Samba-Reggae” a partir de mediados de los años 80 del siglo pasado. En su trabajo, Béhague transcribe algunos fragmentos de una entrevista con Joao Jorge, director del bloco Olodum, quizás el de mayor importancia en Bahía. Dice Jorge, entre otras cosas, lo siguiente: “el reggae dio la modernidad que los jóvenes negros bahianos estaban buscando. La tradición ya no nos satisfacía más” y más adelante:
“La música de Olodum es profunda, enigmática, religiosa, sensual, irreal, fábrica de sueños, símbolo de las fuerzas de las calles de Maciel – Pelourinho (lugar de origen del bloco en el centro histórico de Salvador) de su lucha contra el racismo. Anuncia los nuevos tiempos, portavoz de un movimiento de ciudadanía negra, urbana y futurística, basada en los rituales de la tradición de los candomblés, de la capoeira, de los quilombos, de Bob Marley, de Mandela, de Malcom X, de Maomé, de Buda, de Shiva y de Jesús” (Joao Jorge en Béhague, 2000).
La amalgama de referencias que surge de las palabras de Joao Jorge es tremenda. No es posible rescatar de una idea como la citada arriba sólo elementos unidos a una identidad racial o diaspórica, entran en juego sueños, enigmas, sensualidades, fuerzas religiosas junto a fuerzas políticas, lo urbano y el futuro, el imaginario de los quilombos junto con los de Marley y Mandela, etc. toda una sensación de identidades culturales complejas y amarradas a raíces diversas, lo cual parece ser ya una suerte de nuestros tiempos secularizados. Pero también en Brasil encontramos referencias que reconfiguran –explícitamente– la lógica fundacional del reggae y de su fuerza identitaria, si es que se acepta nuestra hipótesis de diáspora y raza como elementos centrales.
La banda de reggae Tribo de Jah –siguiendo con el caso brasilero– publicó a finales de los años 90, una canción que reclama espacios de inclusión y reforzamiento de una identidad latinoamericana más allá de la clásica imbricación mutua entre reggae y rasta. Cantan en “No basta ser rasta” que “…el reggae es apenas entretenimiento / pero puede liberar mentes y almas / danza y música con sentimiento (…) no basta ser rasta hay que ser justo en el corazón / no basta ser rasta hay que estar justos en nuestra razón”. Y más adelante, ya al final de la canción, declaman unas líneas que nos gustaría calificar como de claro acierto sobre el destino del movimiento en nuestro continente: “yo no soy Rastafari hombre / apenas si me gusta la música reggae / soy un rapaz latinoamericano / que cree que hay solamente un dios soberano / yo no soy rasta, pero soy un hijo de dios, ¿entiendes?”(Tribo de Jah, 1999).
Entendemos, sí. Y no sólo entendemos, sino que creemos que en la apertura del imaginario cultural que acompaña al reggae, es decir, el rasta, se encuentran las posibilidades de ir construyendo una ciudadanía ya no sólo negra, y relacionada a los quilombos o con Bob Marley –tal como afirmaba Joao Jorge–, sino además una identidad mestiza, indígena, blanca, europea y latinoamericana, híbrida y todos los adjetivos que el lector quiera añadir. En definitiva, una identidad secularizada y abierta en todos los sentidos, sin dogmas ni ortodoxias.
El caso argentino también es un buen ejemplo de las fuerzas que se suman desde el imaginario del reggae rasta y del que no busca volver a África. Por un lado hay fuerzas como la de Fidel Nadal, que desde la ortodoxia de uno de los grupos rastas establecidos en la actualidad, los Bobo Ashanti, canta en “Haile Selassie I” que: “Haile Selassie I nos protegió en la batalla / el nos protege día y noche contra el mal que acecha / Haile Selassie I nos llamó a Itiopia / Juan Marcos Mosiah Garvey nos dijo que contemplemos / con los ojos de Itiopia la humanidad” (Fidel Nadal, 2001) Y de otro lado bandas como Los Cafres diferenciaban, hace ya más de 10 años en “Dreadlocks” que “...no es necesario creer ser rasta / esto es Argentina y no Jamaica / es muy importante poder diferenciar / de lo que es moda a lo que no es joda” y lanzan, al estilo de Tribo de Jah, otra de las definiciones secularizadas que acompañan al reggae y al imaginario rasta de nuestros tiempos “rasta no es más que un soldado peleando contra el racismo y la indiferencia del que no quiere hablar” (Los Cafres, 1995).
3.2. Luego Caracas
Hemos querido hacer esta introducción a las distintas formas de recepción del mensaje de la música reggae y el imaginario rasta –en algunos de nuestros países latinoamericanos–, pues nos ha servido para buscar puntos de comparación y análisis de la propia situación del reggae caraqueño, en la constitución de identidades asociadas a las sonoridades del reggae y las implicaciones culturales del discurso rasta. En los últimos años se han presentado en Caracas varias investigaciones sobre el tema, destacándose 3 trabajos presentados por estudiantes de la Universidad Central de Venezuela para optar al grado de Comunicador Social uno y Sociólogo (a) en los otros dos casos[8]. De los trabajos presentados en la Escuela de Sociología, me correspondió ser Jurado Evaluador de uno y Tutor del otro, de forma tal que mis comentarios de aquí en más deben bastante a la investigación realizada por los –hoy profesionales– investigadores Freddy Silva y Karina Montes.
Los mecanismos de recepción de las sonoridades del reggae nacional le deben mucho –como el resto del mundo– al impacto e internacionalización de las principales figuras musicales del género, Bob Marley entre ellas como la más destacada. En nuestro país, los propios miembros de las primeras bandas de reggae surgidas en Caracas a mediados de la década de los años 80, Dur-Dur y Onice –representadas por Raúl Guzmán y Genis Miranda, respectivamente– han dado sus visiones sobre el “desde cuándo y cómo” de la recepción del mensaje del reggae en nuestra capital. Los antecedentes son numerosos: desde versiones del artista jamaiquino Desmond Dekker hechas por parte de la banda nacional “las cuatro monedas” a finales de los años 60; pasando por incursiones aisladas de Henry Stephen y Trino Mora en el género –este último grabando “El Carite” en versión reggae–; la radicación en Venezuela de la banda de Grenada “Jah Jah Children”, que grabaron dos discos en Caracas a principios de los años 80; la presencia de la banda venezolana –de raíces trinitarias– Pirámide; hasta el paso por Venezuela de “Falasha”, que apodado “Predicator man” enseñó en Caracas cómo “…en los discos de Marley todas las referencias están en la Biblia” (Guzmán y Miranda en Montes, 2007).
En esos primeros años del establecimiento del reggae en Caracas, eran sectores populares quienes se apropiaban de este género mulato y marginal para “…introducirlo en el reggae y la cultura rastafari, pero pensando que somos venezolanos” (Miranda en Montes, 2007) Ya aquí notamos una interesante sintonía con la constatación que en las páginas precedentes hemos visto en otras latitudes latinoamericanas; de hecho, tanto en el discurso de Raúl Guzmán como de Genis Miranda, hay concordancia de criterios al afirmar que desde el vamos estaban claramente identificadas las raíces venezolanas junto a las provenientes de la sonoridad caribeña / africana que conocieron a través de Marley y los demás exponentes del género. Raúl Guzmán, por ejemplo, afirma que “…reggae es la música de dios, la música de Jah, dedicado a Rastafari Makonen, a Jah, cantos y alabanzas al señor, Dur Dur tiene esa tónica pero no abandonamos nuestras raíces, la metemos percusión afrovenezolana” (Guzmán en Montes, 2007).
En el primer disco de Onice, Capas Concéntricas (1994), oímos canciones que explícitamente refuerzan los valores de la identidad negra de nuestro país, vigorizando, al mismo tiempo, la ciudadanía negra de la que hablaba Joao Jorge para el caso Brasilero. Canta Onice en “Raíces Africanas” que:
“De nuestras raíces africanas / sólo nos quedan los rasgos / pero de fondo es muy grande / porque es rica en tesoro / si tu tienes piel de color oscuro / si tu tienes el cabello crespo o grueso / tu representas un gran tesoro / que identifican tu tronco racial / Somos padres del tambor de hoy / lo llevamos pegado en nuestras venas / muchas corrientes musicales nos copian / porque es bendición de Jah Rastafari” (Onice, 1994).
“Sólo nos quedan los rasgos” denuncia Onice hace más de una década. El reggae de los primeros años en Caracas representaba con justeza nuestra tesis sobre el discurso desde la marginalidad, desde la exclusión y la esperanza por poder contar una historia más mulata y más cónsona con nuestros referentes. Tendríamos que decir, llegados a este punto, que la recepción del reggae caraqueño en la década de los años 80 y la primera mitad de los 90 estuvo caracterizada –como en los demás países latinoamericanos–, por una suerte de re-configuración de las representaciones que sobre el mundo se construían desde el margen, en un discurso que dotaba de esperanza y permitía hacernos concientes de las omisiones que en el relato de la historia oficial se han cometido. A esta misma crítica responden canciones como “Historia de Papel” de Jah Bafana, “Balas contra el enemigo” de Culto Aborigen, y la misma conciencia de quienes se unen a hacer reggae en Caracas. Raúl Mota, bajista de Jah Bafana, reconoce en su discurso la mezcla de raíces africanas e indígenas que caracterizan a buena parte de la población venezolana, sostiene que:
“(Nos une) la identidad con la música reggae, pero no sólo el reggae como música, sino el contenido que expresa, que tiene en sí la música reggae, la conciencia con reivindicar nuestras raíces, que sabemos que venimos de los descendientes de los esclavos o de los descendientes de África, pero que tenemos también nuestras influencias y raíces indígenas” (Mota en Montes, 2007).
Sin embargo, tendríamos que decir también aquí que las re-configuraciones sobre el discurso del reggae hoy han sido ya tantas que cuesta hacerse una idea de cuáles son los elementos que en la actualidad amalgaman las identidades de quienes se entienden rastas ó hacedores de música reggae en Caracas. La investigación de Freddy Silva que se citó anteriormente, incluía un breve documental sobre el movimiento rastafari en Caracas, realizado fundamentalmente con las comunidades y grupos que se reunían en la Universidad Central de Venezuela para el año 2006. En ese documental, los entrevistados (la gran mayoría músicos de bandas de reggae, rastas, y gente muy “enterada” de la discusión) explicaban lo que para ellos era el imaginario rasta; entre las respuestas podemos citar: a) es la evocación de que “otro mundo es posible”, b) canaliza energías, c) camino de reivindicaciones políticas, d) una forma de resistencia contra la Iglesia Católica, e) resistencia contra el capitalismo, f) expresión de preocupaciones ecológicas, g) un balance de poder en la relación sociedad-individuo, h) fuerza de cambios sociales, i) un regreso a las raíces, j) un movimiento rebelde y revolucionario, k) el sentir la santísima trinidad dentro al saludar al prójimo, l) creación de nuevos paradigmas y m) todo lo que tiene vida.
Con un prisma de respuestas como las descritas arriba, uno no puede menos que volver sobre la cuestión central de este apartado y preguntarse: ¿de qué identidad estamos hablando? ¿Sigue siendo posible sostener la presencia de una identidad diaspórica en estos tiempos?[9] Aquí lo primero que haremos será volver sobre el concepto de Izard de retornos simbólicos. Si bien es cierto que la añoranza de la tierra prometida es el motor de las comunidades diaspóricas, también lo es que los retornos pueden ser físicos o simbólicos. Hacia mitad de la década de los años 90 el músico nigeriano Majek Fashek publicaba una pieza titulada “Promised Land”; en ella, daba un paso más allá y entendía que la tierra prometida ya no era una referencia física sino que más bien significaba una subjetividad evocada, un deseo perenne de volver a un estado de conciencia y de armonía con el mundo que ya no pasaba sólo por el hecho de ir físicamente a África. Dice Fashek en esa canción que “…nosotros vamos a la tierra prometida / ojalá estés listo / la tierra prometida, no es África / no es América / no es Europa / la tierra prometida es un estado de la mente” (Fashek, 1997, traducción propia).
Aunque difícil de asir en términos concretos, esta idea del retorno simbólico ha unificado las identidades asociadas al reggae caraqueño. El músico Juan David “Onechot” Chacón, ha dicho en este sentido que:
“para mí la búsqueda más que física es espiritual, la repatriación es en nuestras almas, la repatriación es sacarnos de la esclavitud que el sistema ha hecho sobre nosotros y liberarnos hacia la libertad que África plantea como inconsciente colectivo hacia todos nosotros” (Chacón en Montes, 2007).
Por otra parte, hoy es mucho más evidente la presencia de la lógica del mercado en los propios referentes que han incursionado a través del reggae en el imaginario sonoro de nuestro tiempo. Yaír Ortiz, músico de la banda de reggae Culto Aborigen explica esta dualidad “liberación / fuerzas del mercado” en los siguientes términos:
“creo que el movimiento rastafari tiene esos dos elementos ¿no?, comparte por supuesto todo un movimiento publicitario de la sociedad de consumo y sociedad de mercado de venderte al rastafarismo como un icono y como una posibilidad de escapar –entre comillas– de un sustrato cultural distinto. O sea, vamos a escapar con el reggae que es espiritualidad, vamos a escapar con la figura de Bob Marley que es una figura negra de lucha y resistencia. Pero es una imagen que se vende, que se vende por sí sola por ser icono de resistencia, pero que también se vende porque da la posibilidad de enriquecerse a algunos, pero también tiene un movimiento que creo que está formando parte de todo un proceso de transformaciones aquí” (Ortiz en Silva; 2006).
Por su parte, José Gregorio “Goyo” Mijares, músico de Jah Bafana, comenta en el mismo sentido de la cita anterior que la mercantilización del reggae sería, a fin de cuentas, otro elemento de difusión de las verdaderas potencialidades del discurso:
“Eso es un arma de doble filo tanto para ellos los capitalistas, como para los que son genuinos en esto, tu podrías decir(…) que es malo que el capitalismo se apropie de los valores y te los venda, te los traiga(…) y tu les compres lo que eres(…)pero al mismo tiempo eso masifica para vender y el mensaje llega, quiéranlo o no, Marley(…)surgió en medio de una cultura genuina que tenía búsqueda de unas respuestas genuinas, en toda la música de un momento(…)su trayectoria está entregada a divulgar el mensaje rastafari y además el mensaje de conciencia de la herencia africana y mensajes en contra de la discriminación, etc. y eso no dejó de ser así porque fue absorbido por el capital, porque obviamente Bob Marley es una marca hoy en día(…) pero creo que el mensaje y la música en sí mismo nunca se desvanecen del todo…” (Mijares en Montes, 2007).
Las nuevas bandas que han ocupado un lugar junto a las legendarias Dur Dur y Onice tienen una visión bien definida de qué supone hoy la lógica comercial del reggae y cuál es el precio a pagar dentro de las reglas de ese campo. El recurso que les permite construir una alteridad visible dentro de la historia poco incluyente de la modernidad europea al mismo tiempo se vuelve mercancía, se desdibuja su potencial de protesta en términos extra musicales y hoy la lucha pareciera trasladarse del escenario político / reivindicativo que tuvo el reggae en la década de los años 70 a uno más vital y de mayor compromiso personal antes que social o colectivo.
Hoy el poder del reggae, creemos, es más amplio que la mirada africanista que lo cobijó durante sus años fundacionales, hoy el reggae que se hace en Caracas y en toda América Latina responde no sólo a la vitalidad de la Pacha mama y de las tradiciones negras olvidadas por siglos de colonialismo, sino que también recupera –a través de sus intérpretes– un conjunto inagotable de reivindicaciones propias de los pueblos, reivindicaciones que con un ojo siguen mirando a África, pero que con el otro quieren re-inventarse una modernidad más digna e incluyente, más mulata y menos desde los márgenes.
Aquí quisiéramos recordar la propuesta del antropólogo Barry Chevannes, quien refiriéndose a la cosmología que construye el imaginario rasta ha afirmado que la visión africanista “…incluye un mundo donde hay espacio para los espíritus, para dios y los ancestros” (Chevannes en Cortéz y Chacón, 2005). Creemos que esta afirmación tiene un poder clarificador y de síntesis que quien escribe estas líneas –ya a esta altura– ha demostrado que no tiene. Para Chevannes, el imaginario rasta es uno que “suma poderes”, es decir, que antes de excluir o separar, une fuerzas y aglutina raíces en torno a sí, afirma Chevannes que:
“…la visión africana del mundo trata de incorporar poderes. La Biblia es un poder, Jesucristo es un poder. Los santos y las vírgenes son un poder. En Venezuela el culto a María Lionza es un poder. Incluso en ese culto venezolano puedes ver como los africanos o más bien la visión africana del mundo es capaz de tomar diferentes elementos y crear una nueva religión. Incorporar y absorber son aspectos fundamentales en la visión africana del mundo” (Chevannes en Cortéz y Chacón, 2005).
Esta misma noción de rasta como “dogma abierto” y como suma de poderes está presente en la mirada del músico y poeta inglés Benjamín Zephaniah, quien afirma en sintonía con Chevannes que:
“La idea rasta está badasa en la tradición cristiana, aunque te permite leer el Corán, los libros hindúes, hasta a Karla Marx si quieres. No te obliga a no obtener más información de otro lado. La sabiduría está en los lugares más simples, sabes, a veces uno va con el cura de más alto rango y no encuentra lo que busca, y sale de la iglesia y ve un pájaro volando y ahí la descubre” (Zephaniah en Bermúdez, 2007).
Probablemente lo que hemos querido decir desde hace varios párrafos es que el reggae en Caracas se constituye en una musicalidad cargada de raíces y de historia que no sólo es africana, sino que recupera tradiciones y suma poderes al estilo de lo dicho arriba por Chevannes y Zephaniah. Los músicos de reggae venezolano suman los poderes de la tradición indígena, de la tradición de luchas nacionales, de las deidades occidentales y africanas, de los ritmos afros, caribeños, anglos, tribales, etc. El reggae caraqueño se amalgama en torno a una identidad viva y en movimiento, descubriéndose a sí misma, híbrida.
En conclusión, creemos que en medio de esta pluralidad que (defendemos) caracteriza al reggae caraqueño, co-existen además –si pudiéramos agruparlas así– dos grandes fuerzas, dos tendencias entre las cuales se mueve la musicalidad –y sobre todo la vitalidad– del reggae caraqueño. Por un lado encontramos fuerzas que empujan constantemente a re-construir una historia mulata y crítica, negra y cimarrona, trascendente. En esta tendencia encontramos la discografía de Onice, de Jah Bafana, de Culto Aborigen, entre otras bandas. Y por otro lado, asistimos a un proceso de adopción de esta cultura mulata y marginal –es decir, creada desde el margen– por parte de sectores no marginales, asociados a lo que Giovannetti ha llamado “…una identidad rasta diferente, asociada con la vida playera y el surfing” (Giovannetti, 2001), o lo que Carolina Benavente ha llamado recientemente “playa y reggae: el giro caribeño” (Benavente, 2005).
En esta visión, las claves de comprensión del mundo y de las identidades son muy particulares, la presencia de los íconos Jamaiquinos y Africanos está mucho más presente y al mismo tiempo –aunque parezca paradójico– se manejan valores propios de las tendencias comercializadoras del género que, por otra parte, no son específicas de nuestro país sino una tendencia mundial dentro del reggae. Luis “Pulga” Sánchez, músico de la banda caraqueña Negus Nagast explicó recientemente en un comentario auto-referenciado que:
“…yo me compré mi camioneta a punta de eventos de reggae, porque el reggae da dinero, porque el reggae es billete, ¿y qué hizo Bob Marley y todo el mundo? agarrar las herramientas de Babilonia para quemarla, o sea yo soy un rastaman y vivo como yo quiera, y eso te da una herramienta para poder decir: “mira vale, aquí estoy yo” Cuando traigo a Michael Rose en el Arroyito le di trabajo a 40 personas, cuando yo hice Israel Vibration le di trabajo a 280 personas…tu dices “esto ha crecido” quién me va a decir a mí sifrino…eso es esclavitud mental” (Sánchez en Montes, 2007).
Como se puede apreciar, las lecturas del reggae caraqueño son amplias, y si somos justos, podríamos incluso decir que ¡contradictorias! Pero quizás lo más sano sea suponer –vistas las evidencias– que de entre las distintas perspectivas que del reggae caraqueño se tengan, prevalecerán las que lleguen, más allá de la lógica mercantil –que a fin de cuentas es también una marca de nuestros tiempos– a los lugares más sensibles de los grupos marginados de nuestras sociedades.
Quizás sea, en definitiva, una cuestión de Matices –al decir de “Goyo”– quien refleja una forma de entender la identidad de la música negra aquí trabajada desde referentes, nuevamente, ya universales:
“…tenemos afinidad a valores espirituales, sociales y de alguna manera esto refleja el entendimiento que une estos valores (…) la justicia, la necesidad de paz, de armonía, de amor, son valores universales que todas las ideologías y religiones buscan, pero cuando están atrapadas por las posturas, o por la visión o por la mala interpretación entonces aparecen los matices de cada quien y ahí yo apelo a la espiritualidad universal” (Mijares en Montes, 2007).
Valores universales, dogmas abiertos, sonoridades que contienen rescate de tradiciones y reconocimiento de la negritud caribeña, del mestizaje musical del reggae y de la suma de poderes del imaginario rasta; la lógica del “billete”, del negocio que “ha crecido”, del retorno a África sin salir de Caracas, de un nuevo encantamiento con un relato que nos incluye a todos, que vuelve a lo sensual, a los sentidos, al cuerpo que demuestra, como ha dicho alguna ves Monsiváis, que “nadie que baile así puede estar solo”.
Notas
[2] Para estudios sobre el carácter posmoderno de la música ver “la música de la modernidad” y “la música de la posmodernidad” (Anthropos, Barcelona), ambos textos de Julio López. En estos trabajos se prepara el terreno para una hermenéutica cultural que, superando las limitaciones de la musicología y de la sociología, reivindica el “gusto” y la subjetividad detrás del discurso musical, elementos centrales para crear lo que López llama “un nuevo humanismo”.
[3] Quizás aquí valdría la pena volver al excelente trabajo de Florencia Garramuño (2007) sobre Samba, Tango y nación. En él se desarrolla el concepto de “modernidades primitivas” como categoría de síntesis de los conflictos que se generan en el tránsito que va desde la exclusión de los elementos que suponen las sonoridades marginales, hasta su canonización o “blanqueamiento”.

[4] Aquí las referencias podrían ser interminables. Pensamos por ejemplo en Slavery Days de Burning Spear (1977) “¿recuerdas los días de esclavitud? Ellos nos pegaban duro, el trabajo era duro…ellos nos usaron y luego nos rechazaron”; Police and Thieves de Junior Murvin (1977) “policías y ladrones en la calle, asustando a la nación con sus armas y municiones”; Rat Race de Bob Marley (1976) “esto es una carrera de ratas (…) no envuelvas a rasta en tus movidas, rasta no trabaja para la CIA”; “Fighting against convictions” de Bunny Wailer (1976) “en una familia de diez (personas) creciendo en el ghetto la hostilidad es la única educación que conozco”, traducción propia.
[5] El Partido Nacional del Pueblo (PNP) fue fundado por Norman Manley y el Partido Laborista de Jamaica (JLP) por Alexander Bustamante. Ambos partidos, protagonizaron las luchas políticas de la Jamaica independiente. Michael Manley del PNP ganó las elecciones de 1972 y 1976, y el conservador Edward Seaga las ganó en 1980. Giovannetti afirma que el apoyo dado por músicos de reggae a estas campañas fue decisivo, sobre todo en 1972 y 1976, cuando “…ser un músico “propagandista” junto a Manley en 1972 era tomar parte en los reclamos de los marginados” (Giovannetti, 2001).
[6] El cantante jamaiquino de reggae Burning Spear traduce bien esta afirmación de la visión del exilio temporal en babilonia “Soy sólo un africano/jamaiquino, pasando un tiempo en una tierra extraña, cuando vuelvo a mi hogar, veo esa gran señal que dice “nada que declarar”, traducción propia de la pieza “African Jamaican” del disco Appointment with His Majesty (1997).
[7] Algunos ejemplos muestran la identidad diaspórica y racial desarrollándose en la década del 70 a través de las canciones de reggae: “African” de Peter Tosh (1977) “no importa de donde vengas, mientras seas negro eres un africano”; Black Star Line” de Culture (1977) “ellos nos sacaron lejos de nuestras tierras, y hemos sido esclavizados aquí abajo en Babilonia. Pero la Black Star Line vendrá”; “Children Crying” de The Congos (1976) “Mándanos otro Moisés para guiar la nación, los hambrientos deben ser alimentados y no habrá así más sufrimiento”; “Zion Train” de Bob Marley (1980) “el tren al Zion viene en nuestro camino, yo tengo que agarrar este tren porque no hay más estaciones (…) dos mil años de historia no pueden ser borrados tan fácilmente”, traducción propia.
[8] Estos trabajos son: Montes, Karina (2007) Identidades colectivas del reggae caraqueño para el año 2006. Estudio de caso: Jah Bafana y Negus Nagast, Trabajo de grado presentado para optar al título de Socióloga (UCV); Silva, Freddy (2006) Influencia del movimiento Rastafari en Caracas en la formación de identidades críticas entre jóvenes”, Trabajo de grado presentado para optar al título de Sociólogo (UCV) y Chacón, Juan David y Cortéz César (2005) Reggae y Rastafari, dos formas de entender el Caribe, Escuela de Comunicación Social (UCV).
[9] En el caso mexicano las respuestas a la pregunta de qué suponía rastafari también aludían, en el trabajo de Benavente (2005), a valores cada vez más universales: paz, amor, respeto, tolerancia, no discriminación, etc.
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